El defecto más común entre los apasionados de las criptomonedas es, indudablemente, la impaciencia. Mientras que unos pretenden dar un salto hacia un «refugio de valor» que en la práctica no refugia valor ni sirve para transmitirlo eficientemente, otros corren hacia una “supercomputadora universal” que en realidad es un campo minado de vulnerabilidades y un paraíso de hackers malintencionados.
También están los que se dejan seducir por cualquier estafador que les prometa “revolucionar” instantáneamente tal o cual industria invocando el poder de la cadena de bloques. Y los que procuran superar el modelo de Satoshi Nakamoto sin haberse molestado primero en comprenderlo. Y, por último, los que aspiran a rediseñar internet sobre la base de una cadena de bloques desierta, plagada de patentes y controlada por un billonario cuyo hobby es demandar a todos los que no están de acuerdo con él.
Todos ellos olvidan lo más importante –quizás lo único importante a esta altura del partido–: la adopción de la moneda como simple medio de intercambio. Al incrementar la liquidez del medio de intercambio, la adopción del mismo refuerza sus cualidades monetarias y necesariamente precede a la utilidad de todas las otras aplicaciones que, una vez establecido como unidad de cuenta, se valdrán de su poderoso efecto de red.
El efecto de red es particularmente intenso en el caso de la moneda, pues así como la utilidad de cualquier red de comunicaciones atrae más usuarios, y un mayor número de usuarios incrementa a su vez la utilidad creando un bucle de realimentación positiva exponencial, la liquidez atrae más liquidez, dando lugar a un nuevo bucle que a su vez potencia el anterior y se fusiona con aquél adquiriendo la fuerza de un incontenible huracán.
De los modelos en pugna, ganará el que asegure tanto la escasez como la funcionalidad del medio de intercambio independientemente del número y la clase de usuarios que se sumen a la red. Y perderán aquellos modelos que ignoren las necesidades de los usuarios actuales y potenciales en nombre de alguna ideología. El ejemplo eminente de este último enfoque lo encontramos en Bitcoin Core.
Cuatro años después de que los Blockstream boys nos prometieran una “solución de segunda capa en solo unos meses”, promesa que según ellos justifica mantener indefinidamente la cadena de bloques en un estado de casi completa inutilidad, Rick Falvinge nos da su veredicto: Lightning Network no es ni puede ser una solución al problema de la escalabilidad.
Luego de ver este video con los ojos de Ludwig von Mises, mi amigo y colaborador Luis Rodríguez (@DarthRoison – Youtube) llegó a la siguiente conclusión: “En definitiva, el mapa de la red Lightning pretende capturar en cada momento el comportamiento futuro del mercado, pero no hay fórmula capaz de suplir una información que resulta imposible de obtener”. En efecto, no estamos frente a un sistema potencialmente mejorable sino frente a un sistema intrínsecamente inviable, por las mismas razones que lo es una economía centralmente planificada.
Los ingenieros de Lightning Network asumen que es posible –o bien que algún día será posible– contar con un conocimiento que se encuentra necesariamente distribuido y que es, por su naturaleza, inaprensible, y buscan la forma de hacer cálculos provechosos en ausencia de un proceso que alimente con información relevante y fiable unas fórmulas cada vez más complejas. ¿Acaso no es exactamente lo que hacían los ingenieros sociales a cargo de asignar los recursos a espaldas del mercado en la URSS? Por algo aquí los llamamos cryptoleninistas.
Lightning Network es un cadáver que el Comité Central de Bitcoin Core se niega a enterrar. Para peor, siguen empeñados en maquillarlo, aún cuando ha empezado a despedir un fuerte olor a podrido que tarde o temprano ni los más fervientes devotos del cryptoleninismo podrán ignorar. Mientras tanto, quizás lo mejor sea simplemente alejarse, no volver ya sobre el asunto, y enfocar toda la atención y la energía en el proyecto de Satoshi Nakamoto: una moneda digital descentralizada, segura, resistente a la inflación y a la censura, capaz de escalar hasta servir al mundo entero. Este proyecto sigue vivo bajo el nombre de Bitcoin Cash (BCH).