Por Herbert García Nalón (autor invitado)
En la reciente bifurcación de la red Bitcoin, muchos han visto con sorpresa que la nueva moneda, Bitcoin Cash, no sólo no ha perdido completamente su valor, como muchos preveían (“dinero gratis, vendamos”, decían), sino que se mantiene viva y cotizando a precios nada despreciables. Quienes vendieron la nueva moneda al comienzo de su cotización podrían estar arrepintiéndose amargamente, si es que no están mirando hacia otro lado.
Lo sucedido resuelve muchas cuestiones, aunque también plantea otras nuevas de gran interés para el mercado.
Bitcoin manifiesta signos evidentes de estar inmerso aún en su más tierna infancia. Basta con observar las estadísticas sobre quiénes forman este mercado para comprenderlo. Como pasa con todas las tecnologías novedosas, la distribución de sus adoptantes en función del sexo es un signo revelador. Por razones que no vienen al caso, las tecnologías novedosas son sistemáticamente adoptadas por personas de sexo masculino, y se extienden al sexo femenino a medida que la tecnología madura, haciéndose más común. Un simple vistazo a las estadísticas actuales nos muestran que, a fecha de hoy (26/08/17), el 96,57% de las personas involucradas en Bitcoin son hombres, frente a un 3,43% de mujeres. Este es un indicador inequívoco de que Bitcoin está en pañales.
Pero estamos observando la entrada masiva de nuevos usuarios en el mercado que, atraídos por la utilidad del producto, por las plusvalías generadas hasta ahora, y alentados por los “evangelistas” de esta tecnología, van adquiriendo cada vez más monedas. Asistimos a un crecimiento exponencial cuyo techo no está claro.
Al mismo tiempo hemos sido testigos de una primera bifurcación, y se plantea una pregunta crucial: ¿qué cadena elegirán los nuevos adoptantes? A este ritmo, los nuevos adoptantes podrían ser mayoría en el mercado dentro de poco tiempo, así que no es asunto baladí. Allí donde vayan esos nuevos adoptantes causarán grandes movimientos en el precio y cambios en la infraestructura. Quienes están fuera ya han oído hablar de Bitcoin, pero pocos sabrán que ahora hay dos para elegir, y seguramente en noviembre habrá tres. Al margen de las adhesiones que los propagandistas de las diferentes cadenas puedan lograr al pié del cañón, cabe esperar que la cadena dominante se lleve la gran mayoría de los nuevos adoptantes. Cuando un nuevo usuario decida comprar bitcoins no va a querer plantearse asuntos que no comprende; querrá comprar “el auténtico”, aunque nosotros sepamos que tal cosa no existe.
Lo que caracteriza a los protagonistas del mercado Bitcoin es la avidez por un dinero de buena calidad. “Dinero de calidad” significa “dinero aceptado por muchos” y por tanto “dinero conocido”, de manera que la cadena dominante llevará ventaja en este aspecto. Pero ese es sólo uno de los factores, porque la calidad del dinero está determinada también por otras características, no menos importantes. Si no fuera así, Bitcoin no habría llegado a cotizar a los precios que tiene, ya que hay muy poca gente que lo acepte en comparación con cualquier divisa de curso forzoso.
La facilidad de uso, el cuasi-anonimato y la inflación predecible y decreciente de Bitcoin, lo convierten en un valor refugio prácticamente perfecto y, de momento, en eso no hay diferencias entre Bitcoin Core y Bitcoin Cash. También es importante la fricción a la hora de transferir valor y el costo de cada transacción, pero en esto sí que ha habido una notable diferencia –motivo principal tanto de la bifurcación de agosto como de la próxima– que proyecta sombras sobre el futuro de Bitcoin Core. Porque al final todo proviene de la decisión de Core de no permitir que se incremente el tamaño del bloque, la solución más sencilla para el problema de escalabilidad. Además, aparece en el horizonte la implementación de código adicional que genera serias dudas por sus efectos futuros sobre la calidad monetaria de Bitcoin, y que podría llegar a beneficiar únicamente a intereses externos al mercado, con perjuicio de los intereses de los participantes.
Al contrario de lo que los programadores de Core parecen creer, la red no es una creación suya sino de los usuarios, quienes utilizan los servicios de programación de Core para que la cadena de bloques siga siendo accesible y utilizable. Si su propósito es añadir valor, los técnicos deben servir a los usuarios, puesto que la estructura que da valor al sistema es la constituida por personas, no por cables ni algoritmos. Los mercados son órdenes espontáneos formados por personas, no conjuntos de escaparates, estanterías, servidores de red, o líneas de código. La construcción de esos aditamentos corresponde a técnicos que no tienen por qué comprender lo que sucede en ese mercado ni sus razones para existir.
El trabajo de los programadores es programar bien, lo que no es poco; en sus funciones no entra decidir las características económicas del sistema. Tienen que saber mucho de programación, pero no tienen por qué entender de economía, así que no deberían tomar decisiones con la intención de modificar las conductas de los agentes económicos. Pensar que es razonable, siquiera posible, planificar las acciones económicas de los demás, es fatal arrogancia en su estado más puro. Si tal cosa sucediera, las personas no dudarían en marcharse con su dinero a otra parte, y el mercado se desvanecería tal como surgió. Porque las “manos fuertes” de este mercado no son las de Core, sino las de quienes exponen su dinero en él todos los días.
Tan grande es la ofuscación entre los programadores de criptomonedas, que es frecuente escuchar críticas a Satoshi Nakamoto por sus limitadas habilidades para programar, algo que debería sonrojar de vergüenza ajena a cualquier persona que comprenda la transcendencia del proyecto Bitcoin. Es tanto como criticar a Antonio Gaudí por su falta de habilidad para revocar paredes, frente a los planos de la Sagrada Familia.
La labor de Nakamoto nunca fue la de programar bien, y él lo sabía perfectamente. Lo que Nakamoto hizo fue poner en marcha una brillante idea de carácter económico, no informático. El código no era el constituyente de dicha idea, sino un instrumento imprescindible para ponerla en práctica. Por eso, en cuanto tuvo ocasión, se sirvió de personas que podían programar mejor que él mismo. Nakamoto fue el arquitecto, mientras que los programadores son los albañiles que han de poner en funcionamiento la idea conforme al proyecto de su creador. Porque si construyen otra cosa, no será el Bitcoin de Nakamoto. Y si no interpretan correctamente las implicaciones económicas de sus actos, el mercado será implacable con ellos.