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La eficiencia que provee la división del trabajo sólo es posible gracias a la institución moneda. Esta conecta a los individuos y a las comunidades complementando sus atributos, potenciando sus capacidades y proyectando sus logros. Es por eso que la manipulación política de la moneda está condenada a fracasar una y otra vez: la institución moneda simplemente no nació como una herramienta de control social – la violencia la torna inefectiva; las fronteras la fosilizan.
El valor que representa una unidad de una moneda libre (no impuesta por la fuerza) no se decide en cada grupo humano por separado, así como la distancia que representa un metro no se decide en cada familia, club o red social. Estas son magnitudes que derivan su utilidad de la adopción voluntaria y descentralizada.
¿Y por qué millones de personas van a elegir un signo monetario, entre muchos otros, para medir el valor económico? Por las mismas razones que eligen usar el metro – en lugar de su antebrazo – para medir longitudes con precisión, o enviar e-mails – en lugar de cartas certificadas – para comunicarse a la distancia: eficacia y eficiencia.
Para que la moneda de referencia pueda cumplir con sus funciones en un mercado extenso, los fundamentos que dan valor a cada unidad monetaria tienen que ser tan ciertos, tan confiables y tan incorruptibles como la distancia que representa un metro
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