Como Berlín oriental, pero sin el muro

berlin-muro

Ningún experto piensa realmente que Bitcoin jamás será capaz de admitir más de tres transacciones por segundo –que es lo que aproximadamente impone hoy el límite de 1 MB al tamaño del bloque–; todos creen que –de una u otra manera– Bitcoin puede llegar a ser utilizado cotidianamente por cientos de millones de personas. Sin embargo, algunos consideran que el crecimiento de Bitcoin no es algo que deba ser librado a las fuerzas del mercado –las mismas fuerzas que nos han traído hasta aquí, dicho sea de paso–.

Parece broma pero no lo es: los Blockstream boys aspiran a centralizar el desarrollo de Bitcoin en nombre de la descentralización –por nuestro bien, claro está–, sin notar que en caso de lograrlo habrán demostrado con éxito que Bitcoin puede ser fácilmente dominado y subvertido por un pequeño cártel, y habrán enseñado exactamente cómo hacerlo (comprando desarrolladores corruptibles con dinero fiat común y corriente). Si Bitcoin ha de convertirse en moneda universal, es preciso superar esta mentalidad antimercado y abrazar la competencia de implementaciones.

¿Por qué los Blockstream boys le temen al mercado? Porque saben que en realidad nadie está demandando sus “soluciones”. En lugar de competir ofreciendo sus productos en el mercado, ellos pretenden erigirse en planificadores centrales de Bitcoin e imponer sus ideas independientemente de las necesidades de los usuarios y de la visión que ha motivado a los inversores inspirados por Satoshi Nakamoto, a saber: la de una moneda digital P2P universal, libre de fricción, resistente a la censura y a la inflación arbitraria. Algo cuya utilidad cualquier víctima del sistema monetario estatal puede entender; algo simple, práctico, predecible… y absolutamente revolucionario.

La condición de buena moneda es la verdadera “aplicación matadora” (killer app) de Bitcoin. El problema más grave del mundo en que vivimos no es la ausencia de contratos inteligentes autoejecutables, sino la corrupción de la institución moneda. Y Bitcoin es el remedio que la especie humana llevaba milenios esperando. Cualquier otro servicio que Bitcoin permita brindar es un añadido que, aun en caso de ser demandado, no debería estar integrado al núcleo del protocolo.

El que una determinada aplicación permanezca separada de Bitcoin es justamente lo que permite determinar si vale o no la pena trabajar en ella –en función del valor que los usuarios le asignan–, y que surjan oportunidades legítimas de negocio en torno a ella. Si nos interesa una determinada aplicación, siempre podemos expresar nuestra preferencia (por la aplicación en sí o por la empresa que mejor la haya implementado) usando nuestros bitcoins.

Nada impide el lanzamiento de proyectos que busquen ampliar las posibilidades de Bitcoin ganándose el favor de los usuarios, pero es extremadamente irresponsable poner en riesgo todo el sistema –deteriorando la utilidad de Bitcoin como moneda confiable– cada vez que a alguien se le ocurre una idea potencialmente interesante. No necesitamos que Bitcoin cambie fundamentalmente para adaptarse a cada nueva aplicación. Esa manía de rediseñar una y otra vez todo desde la base conspira contra la universalidad del bitcoin como unidad de cuenta, pues implica el beneficio de unos usuarios a expensas de otros que contribuyen a mantener el sistema (mediante inversión en bitcoins o en minería) pero no están interesados en el último grito de la moda en los círculos futuristas, sino en la función monetaria que sirve a todos y cada uno de los usuarios de Bitcoin –y que hace posible todo lo demás que podría construirse a su alrededor–.

Lo que sí necesitamos es que Bitcoin siga distinguiéndose por ser mejor moneda.

La buena moneda se caracteriza por su adopción libre y voluntaria en virtud de sus cualidades, pero fundamentalmente por su grado de liquidez (la posibilidad de intercambiar unidades monetarias por cualquier producto, en cualquier momento, con mínima fricción y sin pérdida significativa de valor). Y la liquidez, como bien saben los lectores habituales de este sitio, no puede ser diseñada por un ingeniero en sistemas, por la misma razón que la prosperidad no puede ser diseñada por un ministro de economía. La liquidez de una moneda y la prosperidad de una sociedad son fenómenos emergentes del orden extenso; una autoridad central puede promoverlos, desalentarlos o castigarlos, pero jamás crearlos.

Hoy tenemos en Bitcoinlandia un grupo de tecnócratas a las órdenes de Blockstream y a cargo del cliente más utilizado, preguntándose cómo escalar un sistema sin antes haber comprendido qué funciones cumple, y por lo tanto sin atender a los atributos de la buena moneda ni a los factores que hacen posible su establecimiento como tal –empezando por la preservación del efecto de red–. De ahí el énfasis que ponen en todo lo que puede llegar a hacerse con Bitcoin, dejando en un segundo plano lo que el mercado está pidiendo a gritos: ¡una buena moneda! –aburrida, prosaica, indispensable moneda, pero por fin libre de la colosal mafia de los bancos centrales; por fin al servicio de los usuarios; por fin capaz de proteger el valor de nuestros ahorros–.

Pero eso es lo que cabe esperar de unos tipos incapaces de reconocer los límites de su propio conocimiento –incapaces de admitir que la evolución de la moneda, al igual que la de cualquier otro sistema complejo, no puede ser planificada centralmente–. Más allá del obvio interés en llevar a los usuarios a jardines amurallados que nunca serán más que terrenos baldíos, algunos de ellos de verdad creen que, para funcionar adecuadamente, Bitcoin necesita la constante microgestión por parte de un grupo cerrado de maniáticos del control. Ven como necesaria intervención lo que es en realidad una perniciosa intromisión, un mal innecesario, un jugar con fuego en un polvorín, un arriesgar miles de millones de dólares de otros en una apuesta demencial… y actúan en consecuencia.

Si, por obra de un milagro, los desarrolladores de Bitcoin Core llegaran a comprender el verdadero rol que tienen en Bitcoinlandia, y se limitaran a contribuir al fortalecimiento del sistema de incentivos que garantiza el buen funcionamiento de Bitcoin, abandonarían inmediatamente la política y empezarían a prestar atención al mercado en lugar de luchar contra él (léase: contra nosotros). De lo contrario, ese mismo sistema de incentivos acabará eyectándolos.

No hay un sumo pontífice de Bitcoin. Aunque cada implementación tenga un líder a quien podemos o no seguir, no hay un desarrollador de Bitcoin infalible que siempre tiene la última palabra. Del mismo modo, no hay un sumo pontífice de Internet en control de la familia de protocolos que todos nosotros utilizamos. Internet ha ido escalando de manera descentralizada, encontrando en cada nuevo cuello de botella la oportunidad de concentrar mentes y fondos para resolver problemas aparentemente inabordables. Gracias a que la escalabilidad de Internet fue librada a las fuerzas del mercado, los distintos proveedores se han visto incentivados a encontrar soluciones para poder ofrecer un mejor servicio a sus clientes, lo que ha contribuido a afianzar el conjunto de protocolos que conforman la infraestructura de la red y ha permitido el desarrollo de aplicaciones cada vez más demandantes de recursos.

La forma en que Bitcoin va a crecer hasta convertirse en moneda universal no es un asunto a resolverse en un concilio del cual todos tenemos que estar pendientes. Ver a los Blockstream boys intentando determinar cuál debe ser el tamaño adecuado del bloque trae a la memoria a los funcionarios soviéticos intentando determinar cuánta manteca y cuántos huevos corresponde asignar a cada individuo. Aunque a los analfabetos económicos les resulte sorprendente, la escalabilidad de Bitcoin no depende de la optimización del tamaño del bloque por decreto, sino de la optimización del uso de recursos escasos por parte de usuarios (demanda) y mineros (oferta), algo que no debemos a la pericia de un comité de planificadores sino a un sistema de precios libremente acordados. Pero es inútil intentar explicárselo a un Blockstream boy: incapaz de lidiar con sistemas que no puede abarcar mentalmente en su totalidad –peor aún cuando incluyen como variable la acción humana–, un Blockstream boy de pura cepa siente fastidio ante los principios generales de la ciencia económica, y se aleja de su estudio como si se tratara de algo semejante a la astrología. Para colmo, ahora su salario depende de mantener esa actitud.

Evidentemente, el desarrollo de las diferentes capacidades mentales no siempre es parejo en un mismo individuo: se puede ser un superdotado en un área y al mismo tiempo un completo infradotado en otras, como demuestra el fenómeno de los idiot savants. Porque hay que decirlo y reiterarlo: la postura de los Blockstream boys no solo es el colmo de la arrogancia; también es el colmo de la estupidez. ¿Acaso no es increíblemente estúpida la noción de que Bitcoin va a seguir creciendo a buen ritmo y compitiendo con las alternativas existentes aunque haya que pagar el equivalente a 100 dólares o más para registrar una transacción en la cadena de bloques?

Cabe aclarar que la capa de transmisión que pretenden montar a la fuerza sobre Bitcoin hasta ahora no existe más que en la imaginación de los Blockstream boys, y que nadie ha sabido explicar cómo podría funcionar sin gigantescos intermediarios y sin ofrecer un blanco fácil a las autoridades que controlan el sistema financiero tradicional –y que matarían por preservarlo–. Por otra parte, aun si Blockstream se saliera con la suya, las monedas depositadas en ese limbo podrían ser mantenidas allí contra la voluntad de sus dueños a un costo despreciable para cualquier atacante, precisamente gracias a la restricción arbitraria del tamaño de los bloques.

Dado que los desarrolladores de Bitcoin Core ya han dicho que nunca permitirán que el tamaño de los bloques se adapte a la demanda de transacciones, cualquier atacante dispuesto a generar suficientes transacciones como para impedir la liquidación en la cadena de bloques podría literalmente detener el funcionamiento de la red durante semanas o meses. Este es un ejemplo de vector de ataque que no puede ser eliminado incorporando nuevas reglas arbitrarias a un sistema limitado artificialmente en su capacidad, sino dejando actuar al mercado para que el ataque resulte antieconómico –¡e incluso beneficiososo para Bitcoin!–.

Ludwig von Mises debe estar revolcándose en su tumba… A pesar de haber probado hace casi ya cien años la imposibilidad del cálculo económico en una economía centralmente planificada, tal parece que cada generación tiene que enfrentar su cuota de penurias y caos antes de aprender esa lección –una lección que volverá a ser olvidada una y otra vez, hasta que los peligros del socialismo queden grabados en nuestros genes y huyamos de él instintivamente, como la gacela huye del guepardo–.

Si has llegado hasta este párrafo un tanto desmoralizado, quizás buscando alguna razón para el optimismo, puedes olvidar todo lo que has leído y quedarte con esto último: es imposible planificar una economía (léase: arruinar una economía) sin contar con el monopolio de la fuerza en un área geográfica; y si hay algo que estos esperpentos de Blockstream no tienen es el monopolio de la fuerza. Los muros de los “jardines amurallados” que están construyendo no son muros sino en sentido metafórico. Así pues, impedir la huida de usuarios será, para ellos, algo semejante a impedir la huida masiva de Berlín oriental… pero sin el muro.