La buena moneda en la era de Internet

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Image by soulzdead/Flickr

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Ni el tiempo, ni la geografía, ni la fuerza bruta son obstáculos para la expansión de la buena moneda. Y si no lo fueron durante miles de años, menos aún lo serán ahora. Veamos algunos ejemplos.

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Algunas de las primeras monedas tenían una composición muy estable, como es el caso de la redonda moneda china, «qian», de cobre, aparecida en el siglo IV a.C. y que se mantuvo como moneda oficial durante dos mil años.

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Las monedas qian de bronce o cobre que habían sido limadas para beneficio del gobierno de turno eran, de hecho, dinero de baja calidad, fiduciario, cuyo valor dependía del número de monedas de oro o cobre de buena calidad por las que se podían intercambiar.

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Las monedas de oro y plata solían circular fuera del país que las emitía dado su valor intrínseco; así, el peso de plata español, cuyo material provenía de las minas del Perú y de México, se convirtió en una moneda de uso corriente en China a partir del siglo XVI.

(Ver artículo completo en Wikipedia)

Regresemos a nuestro siglo XXI: gracias a la comunicación instantánea y de alcance global, ninguna herramienta útil pasa desapercibida para el común de la gente. Cientos de millones de personas que tan sólo unos años atrás no se atrevían a operar una casilla de email, hoy utilizan cotidianamente Facebook, Twitter y Skype. Imaginen la manera en que puede llegar a propagarse una herramienta que sirve para resguardar el fruto del propio trabajo (para muchos una cuestión de supervivencia).

El dinero de curso forzoso es incapaz de preservar el valor. De hecho, cabe argumentar que ese es, precisamente, el motivo por el cual nos obligan a usarlo. En todo caso, no tenemos alternativa: al igual que el mafioso cuando nos advierte que tenemos que pagarle protección «porque estamos en un barrio peligroso», el gobierno nos recuerda constantemente que sin su protección quedaríamos a merced de los cuatro jinetes del apocalipsis – y la expresión «no, gracias» no figura en su diccionario.

Quienes desde el poder usan sistemáticamente la fuerza bruta tienen la costumbre de hacerlo bajo la excusa de que están velando por nuestros intereses. No pueden decirnos en la cara que nos van a imponer el mal dinero, puesto que nos reiríamos y simplemente los ignoraríamos, como a un hombre disfrazado de Napoleón que nos exhorta a obedecer sus órdenes. Si un gobierno pretende controlar el sistema monetario, primero tiene que asegurarnos que el buen dinero (el dinero que libremente hemos elegido usar) será el respaldo del nuevo signo monetario. Recién cuando nos acostumbremos a usar éste en lugar de aquél podrán decirnos que el dinero que habíamos elegido libremente no era más que una «bárbara reliquia», que en la esfera monetaria no puede haber competencia, y que el único «respaldo» que vale es, en realidad, la fuerza.

Pero no toda la población productiva cae en esta vieja trampa. Si algo nos han enseñado miles de años de historia es que la presión ejercida sobre la capacidad de ahorro no es gratuita: cuanto mayor sea el hostigamiento, más alto cotizará el refugio de valor, y más enérgicamente será defendido. Todo lo que puede hacerse desde el Estado es hundir a la buena moneda en el mercado negro hasta el colapso del sistema monetario. Luego no quedará otra opción más que levantar las restricciones y dejar que la buena moneda vuelva a circular más o menos libremente.

Lo que ningún erudito pudo anticipar es que este fraude cíclico iba a toparse algún día con un obstáculo infranqueable: con una moneda digital y universal que nadie puede controlar ni eliminar, capaz de circular a salvo de las arbitrariedades de los poderes de turno.

Curiosamente, nadie vio venir a Bitcoin. Y decimos «curiosamente» porque el siglo XXI será recordado como el siglo de Bitcoin.

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Ver El lugar de Bitcoin en la historia

Ver Bitcoin, un sistema monetario a la altura de Internet

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