Por Luis Rodríguez (@RodLuis995)
Desde el momento en que comencé a vislumbrar el noble propósito que inspiró a Satoshi Nakamoto, vivo en una constante celebración de la filosofía que acompaña a Bitcoin, y de la manera en la que esta criptomoneda pone en manos de cada vez más personas la posibilidad de reivindicar su propiedad sobre sí mismas y sobre sus activos. Con igual alegría constato que el camino que Satoshi Nakamoto propuso para llevar esta maravillosa forma de dinero a su madurez (emisión predecible, transparente y decreciente; distribución justa de lo emitido a través del requisito del servicio a los demás, etc) es el correcto. El camino que Satoshi nos invitó a transitar es el que sortea elegantemente aquellos problemas que motivaron la creación de Bitcoin (el monopolio, arbitrariedad e irresponsabilidad de los gobiernos en la materia, y los privilegios e ineficiencia de los bancos), y no el de una difícil reforma del sistema monetario existente, cuyo dominio pertenece a las élites.
Al mismo tiempo, no puedo sino sentir admiración por los pilares sobre los cuales Bitcoin se apoya (la cadena de bloques o “blockchain”, y la red de nodos que van actualizándola), de los cuales pienso que podemos sacar multitud de enseñanzas para aplicar a otros campos. Por ejemplo, a la formulación de un sistema político alternativo viable en el corto o mediano plazo. Un sistema caracterizado por una mayor descentralización del poder, el reconocimiento de la dignidad de cada integrante de la sociedad, y el respeto por la autonomía individual, en lugar de la amenaza, la agresión y la coacción.
Si de algo Bitcoin sirve como prueba, es de la eficacia de esos factores que han determinado su éxito; entre ellos, el empoderamiento directo de sus participantes y el respeto por la libertad económica, en lugar de lo tradicional, que sería la búsqueda de refugio en la rigidez de normas autoritarias o estructuras innecesariamente verticales, y en la “todopoderosa” planificación centralizada que nada logra y todo destruye.
Cuando hablo de la red Bitcoin, a menudo me refiero a ella como “la confederación de los nodos”, por ser un excelente ejemplo del modelo confederal. Como muchos sabrán, Bitcoin es una red informática conformada por un conjunto de nodos con un poder de decisión directo sobre sus acciones, y cuya unidad y estabilidad se basa en el consenso entre los participantes y la interdependencia de los unos con los otros. Esto, precisamente, es lo que en esencia una confederación es: un sistema en el cual los los participantes comparten un conjunto de normas que les permiten convivir en una comunidad que puede aportar un serie de beneficios para todos ellos, mientras conserven su voluntad de permanecer en la misma.
Este modelo, ante mis ojos el que potencialmente puede ofrecer mayor libertad y un marco superior para el desarrollo de las sociedades humanas, no es inviable en el corto plazo, y es relativamente fácil de explicar en el plano político, pues se parece mucho a uno que ya conocemos: el modelo federal.
De hecho, el modelo confederal sirve como una reivindicación de aquello planteado por los partidarios del federalismo, esto es, la necesidad de la limitación del poder central. Para estos fines, lamentablemente, el modelo federal no ha funcionado –por decir lo menos–, entre otras causas por la naturaleza expansiva del Estado, el auge del populismo, y la tendencia hegemónica hacia el centralismo en el pensamiento moderno. Países como Venezuela (mi país de origen), o Estados Unidos, pueden servir como evidencia de tal fracaso, el cual se pone de manifiesto en el crecimiento de los poderes del gobierno federal en el mencionado país norteamericano, y de manera más aguda en la completa inexistencia de un federalismo real en un país constitucionalmente federal como Venezuela.
Afortunadamente, Bitcoin está allí de forma oportuna para recordarnos una diversidad de principios. Como que la asociación es un fenómeno voluntario que requiere de consentimiento. Que una vez se ha perdido el consenso, en lugar de la imposición se puede acudir a la desasociación y la coexistencia pacífica. Y que el mercado, como espacio que facilita las elecciones y los intercambios, sirve al Bitcoin de puta madre para enfrentar las tiranías y los desacuerdos radicales. Y no solo eso, sino que es el espacio adecuado para plantear, replantear, construir, reconstruir y mejorar un sistema del cual todos tenemos diferentes visiones pero que hay que sacar adelante de alguna u otra forma –y más nos vale hacerlo de la forma menos traumática posible– si queremos contar con una alternativa a un sistema monetario y financiero agonizante.
En cuanto a lo que Bitcoin está atravesando justo ahora –el conflicto entre Blockstream / Core y las implementaciones que admiten el consenso emergente, como Bitcoin Unlimited–, animo a todo aquel que haya llegado hasta aquí a tomárselo con calma… Sé que las situaciones tensas pueden dar lugar a noches de insomnio. Yo mismo he perdido bastante de mi tranquilidad en estos días, cavilando acerca de cómo saldremos de esto… bueno, al menos figurándome los distintos escenarios posibles. Pero a veces hay que escapar de esa trampa que nos tiende la preocupación, para poder encontrar soluciones.
Si alguno se siente atemorizado por esta transición de Bitcoin hacia su madurez, solo le diré que tome las precauciones necesarias, que se informe lo mejor que pueda antes de tomar decisiones, y si no está seguro de algo, que consulte, compare, busque respuestas antes de pronunciarse sobre tal o cual asunto (lea sobre el funcionamiento técnico de Bitcoin, las críticas, las propuestas… y estudie economía). Y sobre todo, que preste atención al contenido de los argumentos. No deje que le engañen las apariencias.