Más de doscientas mil transacciones no confirmadas, lapsos impredecibles (varias horas o varios días, incluso pagando tarifas que tan solo semanas atrás eran absurdamente elevadas), costos de transacción aumentando exponencialmente, altcoins subiendo a un ritmo mucho más rápido que Bitcoin… ¿Qué está pasando? Nada que pueda sorprender al atento lector de este sitio; nada que no haya sido anticipado aquí hace años.
Toda persona mínimamente razonable ya se ha percatado de que el límite al tamaño de los bloques fijado por un comité central, al estilo soviético, no resulta menos desastroso que cualquier otra forma de planificación centralizada de la economía. Quienes apoyan a Blockstream / Core no solo tienen que desestimar el paper de Satoshi Nakamoto, ahora también tienen que desestimar el daño manifiesto producido por la política de tierra arrasada que esta organización ha decidido aplicar a un Bitcoin que se rehúsa a someterse a su plan quinquenal, tal como los idiotas útiles que antaño viajaban a la URSS invitados por la nomenklatura tenían que desestimar las hambrunas y las matanzas –porque según los ideólogos marxistas no eran para tanto, y de todos modos las víctimas merecían su destino por haber obstruido con su egoísmo burgués la marcha triunfal del proletariado, o algo por el estilo–.
Un clásico idiota útil de Blockstream / Core te dirá que Bitcoin, tal como lo diseñó Satoshi Nakamoto, no es escalable; que el aumento de la capacidad dentro de la cadena de bloques lleva inexorablemente a una centralización monopólica de los nodos, y que necesitamos darle más poder a la vanguardia intelectual de Blockstream / Core para luchar contra estas abominables tendencias del mercado. Solo así –renunciando a nuestros intereses particulares y contrarrestando el ánimo de lucro de los mineros– alcanzaremos la tierra prometida por los cryptoleninistas. Eso en el mejor de los casos; en el peor de los casos te dirá que no hay ningún problema, que así luce un Bitcoin exitoso y que no hay nada que temer y sí mucho que festejar.
Por el contrario, cualquier observador lúcido, refractario a la propaganda –esto es, guiado por la lógica y atento a la evidencia empírica–, te dirá que la solución pasa por ampliar y facilitar las opciones de todos los agentes del mercado, por permitir la emergencia de precios que expresen las cambiantes necesidades y preferencias de inversores, usuarios y mineros. Desde este punto de vista, el temor a que los mineros actúen en contra de los inversores / usuarios no es más razonable que el temor al martillo mágico de Thor, el dios del trueno. Para los mineros, como explica Zangelbert Bingledack, “lo redituable es hacer lo que el mercado demanda. Los mineros siempre han tenido la capacidad de obligar a los usuarios a aceptar cambios que no desean. Bitcoin no funciona gracias a que la gente usa un software que somete a los mineros, sino gracias a los incentivos a los que están sometidos los mineros.”.
Al tratar de cubrirse del fuego que intercambian estas dos trincheras, algunos optan por darle un poco de razón a cada lado, como si la razón fuera un pastel que puede cortarse en tantas porciones como sea necesario para dejar a todos más o menos satisfechos. Estos relativistas irracionales, auténticos extremistas de la neutralidad, nunca se plantearán la posibilidad de que una de las dos posiciones pueda ser completamente absurda y estúpidamente obtusa, mientras que la otra puede ser simplemente correcta. Por eso no los verás llamar al debate sino a la concordia; no los verás argumentando sino repartiendo caricias y pasteles para satisfacer momentáneamente corazones y estómagos a expensas de la claridad mental.
“Si tan solo nos abrazáramos y cantáramos todos juntos en perfecta armonía, como aquel espléndido coro de USA for Africa liderado por Michael Jackson, todos los problemas desaparecerían”. El extremista de la neutralidad prefiere entregarse a sus propias fantasías, mientras se felicita a sí mismo por la estatura de su imaginaria autoridad moral, que enfrentar la dura realidad. Admitir que sus ingenuas ilusiones no hacen más que fortalecer al sociópata que tiene enfrente –dispuesto a tomarse cualquier licencia moral con tal de imponer su voluntad— supone admitir la verdadera naturaleza de la relación (esto es: victimario-víctima o parásito-huésped). Y dado que la verdadera naturaleza de la relación no se ajusta a sus fantasías tranquilizadoras, el extremista de la neutralidad tiende a alejarse cada vez más de la evidencia, en una constante huida por las acolchadas galerías de su propio mundo imaginario. “No me hace sentir bien, ergo no existe” parece ser el principio que guía su torpe accionar.
El sentido común aconseja preguntarse, antes de buscar una solución: ¿Es este un problema real –debido a limitaciones concretas e insuperables–, o es un problema creado y cultivado por los mismos que pretenden vendernos sus “soluciones”? El sentido común, sin embargo, no es el fuerte del extremista de la neutralidad. Apaciguador a cualquier costo, él esquivará las preguntas y dirá, exhibiendo una sonrisita compasiva: “Ya hemos tenido suficiente, hermano; recemos juntos para que los Blockstream boys reflexionen, admitan sus errores y hagan lo correcto inspirados por nuestra bonhomía y pureza de corazón”.
No importa que Blockstream / Core se haya propuesto destruir la utilidad, la adopción, la seguridad y la descentralización de Bitcoin, uno de los inventos más maravillosos de toda la historia de la humanidad. Aparentemente, la prioridad número uno es apaciguar a los agresivos antropoides con teclado empleados por Blockstream para castigar al disidente. Que nadie destape la olla, que nadie se ofenda, que nadie se estrese, que todos sientan que han ganado, ¡que reine la concordia y la fraternidad!, porque en el fondo todos queremos lo mismo… ¿no es cierto?… ¡¿no es cierto?!
No, no es cierto… A mí me llena de furia, por caso, ver que los venezolanos de a pie –desesperados por encontrar una manera de huir de la hiperinflación, de defender el poder adquisitivo de sus escasos ahorros, de recibir ayuda por fuera de los canales autorizados (ya prácticamente inexistentes), de transferir valor sin una infinidad de obstáculos arbitrarios– encuentran una barrera infranqueable que les impide acceder a Bitcoin, construida por una mafia dedicada a asegurar el dominio de las mismas instituciones financieras cuya existencia se ve amenazada por Bitcoin.
Si temes decir la verdad porque los ataques personales te quitan el sueño –o porque amenazan tu fuente de ingresos–, si cedes a las demandas de un grupo de sociópatas por temor a las consecuencias de señalar sus obvias contradicciones o sus veladas intenciones, no tienes que avergonzarte por ello. Pero por favor, no intentes disimular tus verdaderos motivos en un envoltorio de autoridad moral. Nadie comprará ese paquete; todo lo que conseguirás es perder credibilidad entre los que se toman en serio el desafío de la resistencia, y alimentar con tu hipocresía el afán totalitario de los responsables del asalto a Bitcoin.