“Si soy libre, es porque siempre estoy a la carrera.”
Jimi Hendrix
Fuente: tucker.liberty.me Por Jeffrey Tucker
¿Es posible desarrollar un profundo y sentido afecto por una cadena de 1’s y 0’s? Es así como me siento con respecto a Bitcoin ahora mismo. Estoy muy orgulloso de esta pequeña herramienta, de esta increíble creación tecno-monetaria que, sólo 6 años atrás, apenas un puñado de individuos creyeron que podría funcionar. Hoy día, está emergiendo como una moneda refugio para todo el mundo.
Si esa realidad no es suficiente para despertar un poco de humildad en las élites económicas y financieras, no sé qué podría serlo. Bitcoin ni siquiera debería existir de acuerdo a sus teorías. No fue creado por la Reserva Federal, ni por el congreso, ni por un genio académico. Fue creado por un programador con un nombre falso y liberado en un pequeño foro por donde solo transitaban algunos geeks totalmente desprovistos de poder político, que soñaban con una forma diferente de hacer las cosas.
Llevaba vivo en este mundo 10 meses completos, de enero a octubre de 2009, sin un valor económico reconocido. Y aún así, unos pocos cientos de personas siguieron trabajando en él, mejorándolo, testando la red, probándola para distintos propósitos. Entonces, un día, el gran eje de la historia hizo su aparición. El 5 de octubre de 2009 obtuvo una pequeña cantidad de valor de mercado. Este hecho fue la primera indicación clara de que podría funcionar.
Recuerda que casi nadie creía que fuera posible inventar una nueva moneda global hecha totalmente de código, fuera de la estructura bancaria, sin respaldo de ningún bien físico o promesas de algún gobierno, sin capital inicial invertido en el proyecto, sin grandes nombres tras él y sin apoyo institucional. Y aún así, allí estaba en aquel hermoso día, como un pequeño brote surgiendo del suelo, indicando que aquella pequeña cosa estaba viva y que podría crecer.
¡Y vaya que si creció! Nada me molesta más que cuando la gente habla como si Bitcoin hubiera sido una desilusión porque aún está por debajo de su valor máximo conseguido hace 18 meses. Que tenga algún valor ya es asombroso. Que lograse obtener la paridad con el dólar es casi un milagro. Y que se haya convertido en un refugio seguro para un mundo monetariamente esclavizado, es alucinante.
Aquí está de nuevo pavoneándose con sus virtudes frente a las noticias del hundimiento griego, de la presión sobre el Euro, del deprimido mercado de valores en China… Este tipo de convulsión económica solía provocar una huida hacia el amarillo y pesado metal. Pero en el último mes, el oro ha fallado. De hecho, los precios parecen reflejar casi exclusivamente su valor industrial y no-monetario en este momento; todo un cambio tras 6.000 años de ser sinónimo de dinero contante y sonante, y una cobertura contra la inseguridad económica.
Esta pequeña herramienta digital –un libro de cuentas distribuido que funciona con unidades enteramente en control de sus dueños– lo ha desplazado. Mira lo que ha ocurrido con el precio. Lo que se puede observar en el gráfico es un reproche vivo a cada banco central, a cada académico dependiente del statu quo, y a cada aspirante a planificador económico. Simplemente sigue a la carrera: “Creo que puedo hacerlo, creo que puedo hacerlo, creo que puedo hacerlo…”
Por mucho que nos guste hablar sobre el precio del Bitcoin, sin embargo, no es esa la parte importante. Incluso si cada unidad valiera un simple penique, eso bastaría para probar que la tecnología funciona, que el código puede ser dinero, que el dinero puede tener valor al margen del sistema bancario, de los gobiernos, de los objetos físicos, que hay realmente una forma peer-to-peer de transferir valor instantáneamente a cualquier parte del mundo.
La belleza del mundo digital reside en su maleabilidad y en su capacidad de reproducir de forma infinita cualquier cosa que entre en sus dominios. Pero cuando se trata de dinero, esas no son propiedades deseables. La enorme contribución de Bitcoin ha sido el hackeo de la naturaleza misma del mundo digital; la introducción de un protocolo inmutable que reproduce digitalmente los atributos del mundo físico que una moneda necesita. Es un patrón oro en la nube –pero mejor, porque no ha sido creado ni es manejado por ningún gobierno–.
Como ha dicho Andreas Antonopoulos, el dinero en el futuro será digital, ya no hay duda. La cuestión es si el dinero será una herramienta usada por el estado, o si pertenecerá a la gente. Que Bitcoin introdujera esta opción para nosotros debería inspirar respeto y gratitud.
Que nunca te digan que no hay salida. Ningún sistema está tan bien cerrado como para no dejar escapatoria.
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Imagen de Wikimedia Commons