Efectivo electrónico p2p, gracias al cual podemos teletransportar dinero no inflacionario sin intermediario alguno: eso es Bitcoin; y en su esencia, expresada con claridad en el propio título del whitepaper de Satoshi Nakamoto, reside todo su potencial transformador.
Bitcoin es el dispositivo que nos permite matar de hambre al imponente Leviatán, en lugar de enfrentarlo allí donde nunca puede ser derrotado. ¿Qué no haría el monstruo con tal de conservar la fuente principal de su poder, amenazada por el proyecto de Satoshi Nakamoto? ¿Qué no haría para frustrar la expansión de una moneda descentralizada y resistente a la censura?
Con la ayuda de Roger Ver, hoy le daremos un vistazo a un aciago capítulo en la historia de Bitcoin, que si formara parte de una novela de caballerías muy bien podría llevar el siguiente título: “De cómo Leviatán introduce por primera vez sus tentáculos en el alcázar, primero sutilmente y luego con impúdica violencia”.
Los actuales desarrolladores de Bitcoin Core (BTC) son okupas empeñados en vandalizar todo aquello que, antes de su irrupción, había sido paciente y laboriosamente construido en Bitcoinlandia. Y lo hacen con la tranquilidad y la impunidad de quienes tienen patente de corso para llevar a cabo sus tropelías.
Pero los early adopters, que en cada momento decisivo supieron llevar y mantener encendida la antorcha de Satoshi Nakamoto, no se han quedado de brazos cruzados. El 1 de agosto de 2017 lanzaron, contra viento y marea, el fork que dio comienzo al «operativo rescate». A partir de esa fecha, las consecuencias de la demolición económica centralmente planificada quedaron confinadas al Gulag de Blockstream / Core, mientras que el proyecto de Satoshi Nakamoto, liberado ya de la tiranía cryptoleninista, siguió adelante bajo el nombre de Bitcoin Cash (BCH).