Ante el panorama que ofrece hoy Bitcoinlandia, los pesimistas vuelven a la carga. Con más o menos intensidad según la fase –maníaca o depresiva– del mercado, sus amargas quejas y su discurso derrotista siempre nos han acompañado, y todo indica que siempre nos acompañarán. En 2010 nos advertían que la paridad con el dólar no era sostenible, porque los estados no permitirían la existencia de un sistema monetario fuera de su control y se encargarían de aplastarlo sin piedad para dar una lección a todos los ilusos que habían adquirido bitcoins. “Son tan estúpidos que me rompen el corazón” decía entonces, en un video repleto de cruel sarcasmo, uno de los primeros «expertos» en presagiar la muerte inminente de Bitcoin.
Los pesimistas de hoy ya no miran el fenómeno desde fuera; son, en su mayoría, bitcoiners desilusionados, hartos de lo que ven como inútiles batallas tribales, frustrados con la división de Bitcoin en múltiples versiones, ninguna de las cuales, afirman, será masivamente adoptada. Su conclusión: ganaron –una vez más– los amos del dinero fiat. Mi conclusión: a los nuevos pesimistas les falta visión y les sobra ingenuidad. Acobardados por obstáculos que no habían previsto, o que suponían fácilmente removibles, prefieren regodearse en el malsano placer de la autoconmiseración antes que mirar de frente el desafío planteado por Satoshi Nakamoto.
No se puede negar que hay forks inútiles, oportunistas, engañosos y/o frívolos, pero también es cierto que nadie nos obliga a adoptarlos, y que la única alternativa al “caos” desencadenado por un fork es conceder a un organismo planificador el control de la moneda. Como los movimientos secesionistas, los forks deben ser juzgados por las ideas que los sustentan, las necesidades que satisfacen, la demanda de separación que representan y las posibilidades de supervivencia que tienen como proyectos independientes.
No debemos olvidar que el fork es nuestra última línea de defensa. Si no fuera por la posibilidad de apelar a este último recurso, tras cada ofensiva exitosa de los enemigos de la libertad nos veríamos forzados a abandonar la red comercial que tantos años nos costó armar, para empezar a construir todo desde cero, en un desierto, como refugiados que han huido de un ejército invasor. Una y otra vez. Afortunadamente, Bitcoin es una idea, y como tal no puede ser invadido de la misma forma que se invade un país, ni mantenido bajo el yugo de una institución especializada en el dominio de seres humanos dentro de un territorio geográfico.
Que Blockstream haya convertido a Bitcoin Core en un programa estatal más no nos convierte a nosotros en prisioneros de Blockstream. Forkear es declarar: “A partir de ahora no estamos sometidos a los dictados de las fuerzas de ocupación”. En el caso de Bitcoin Cash, la declaración de independencia continuaría con la siguiente proclama: “Esta cadena escalará su capacidad respetando las especificaciones de Satoshi Nakamoto, con las posibilidades tecnológicas como único límite aceptable, libre de intermediarios forzosos y libre de planificación económica centralizada”.
¿Que la irrupción de Blockstream fue una catástrofe sin paliativos? ¿Que retrasó probablemente una década la adopción masiva de Bitcoin? Comparto, y lo lamento tanto como el que más. ¿Pero acaso no era esperable que los estados buscaran la forma de invadir el sector? ¿Acaso no era esperable que se propusieran minar la utilidad y desalentar la adopción de Bitcoin para mantener al cártel bancario en control del sistema monetario y financiero? Lo era para quienes sabíamos lo que estaba en juego.
¿Alguien en su sano juicio pensaba realmente que la despolitización del dinero iba a lograrse mediante una bella declaración de principios e intenciones? Creer que nos dirigíamos en movimiento rectilíneo y uniforme hacia la separación de moneda y Estado, que nos iban a devolver sin más el poder sobre los recursos que hoy nos roban sin esfuerzo gracias al monopolio sobre la emisión de moneda, es tan absurdo como creer en la divinidad del reverendo Jim Jones.
Los pesimistas se equivocan porque no entienden los incentivos que animan a las partes en este milenario conflicto: ni la oligarquía financiera se dará por vencida antes de tiempo, ni la población productiva renunciará a la buena moneda sin dar pelea. Cada vez que la primera logre infiltrar y discapacitar la criptomoneda más utilizada, la segunda migrará, fork mediante, a una rama de la misma que sea líquida y escalable.
La demanda de buena moneda, tan largamente contenida, seguirá haciendo sentir su fuerza contra la presa erigida por los guardianes del sistema monetario estatal. Cuando encuentre una grieta por la que filtrarse, se abrirá ante nosotros una era de libertad económica sin precedentes, a una escala sin precedentes. Habrá comenzado entonces la cuenta regresiva para la religión del estatismo, último vestigio de nuestra infancia moral.
Y los pesimistas seguirán encontrando motivos para quejarse.