Los banqueros no son los malos de la película

Fuente: ContraVexTraducido al español por majamalu

Películas como Inside Job (2010) retratan a los banqueros como si fueran la forma más viciosa, inescrupulosa y detestable de simio que haya caminado sobre este planeta. JP Morgan, Goldman Sachs y Citibank son presentados como codiciosos urdidores de políticas que evitan ir a la cárcel a pesar de su negligencia y su comportamiento criminal. Si hay que creer en este relato, es el hombre de la calle el que sufre para que los peces gordos de Wall Street puedan seguir viviendo sus vidas de extravagancia sin límites.

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En apoyo de esta narrativa, los gobiernos «mantienen a los banqueros a raya» con regulaciones diseñadas para que «esto nunca vuelva a suceder», a pesar de la conveniencia política de lo contrario y el rescate de dichos bancos con el dinero de otra gente (léase: tu dinero). Esto no es más que un montón de teatro.

En los últimos siete años, los gobiernos –y en particular el gobierno de Estados Unidos– han procesado «ballenas», acusado a algunos bancos de «lavado de dinero», y generalmente han tratado de hacer de la banca algo tan poco rentable como sea posible, al tiempo que han garantizado que esta siga existiendo para servir a sus objetivos políticos.

Pero no es sólo el Estado el que se beneficia de la inflación del crédito. «La gente» también está motivada para apoyar las políticas económicas que alientan una mayor asunción de riesgos por parte de los prestamistas –políticas como la de forzar el otorgamiento de crédito a quienes no pueden repagarlo, como sustituir la confianza con las puntuaciones que arroja un algoritmo, como sustituir del riesgo personal con la «garantía hipotecaria»…

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Claro, esto aviva el riesgo moral y conduce inevitablemente a la inflación de la moneda en el largo plazo, ¡pero esos son problemas de otros! ¡Tú quieres un sofá nuevo, ahora, y no quieres tener que ahorrar para pagar por él! Por supuesto, el gobierno también quiere que tengas tu nuevo sofá: mediante la inflación crediticia, el gobierno mantiene la ilusión de una actividad económica genuina, y cobra los impuestos correspondientes.

Cuando llegue la hora de la verdad –y esta llegará, porque eventualmente el gobierno se quedará sin jugos que exprimir–, todos se reunirán una vez más para acusar a los malvados prestamistas que tuvieron la audacia de asumir esos riesgos «injustificados» con «el dinero de otros», como si los banqueros hubieran tenido otra opción.

Lo más loco de todo esto no es que los banqueros todavía tienen el descaro de estar en compañía de los vivos, y para colmo rodeados de lujos, mientras que tú estás endeudado hasta la médula y viendo cómo se esfuma la «seguridad social» que te habían prometido; lo más loco es que generación tras generación, «tú» crees en gobiernos que, después de crear una situación en la que los financistas privados son obligados a convertirse en instrumentos del Estado para satisfacer tus demandas, te enfrentan a estos mismos financistas y animan a los ciudadanos a tomar las armas para defender su «dignidad».

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Una y otra vez, sea en la Alemania de Hitler o el México de Portillo o la Inglaterra de Guillermo III, los gobiernos a lo largo de la historia han exprimido a los financistas con el fin de lograr su objetivo de mantenerse en el poder el mayor tiempo posible. La estrategia consiste en usar el dinero para financiar las operaciones de quienes están en el círculo íntimo del gobierno, así como para combatir o comprar a los rivales y, de vez en cuando, para lanzar un hueso a «la gente».

Como siempre, «la gente» está feliz de participar en este circo. Tan susceptibles son las mayorías a los argumentos emocionales, y tan confundidas están respecto a los poderes mágicos del verdadero 0,01%, que los financistas, los judíos, etc., resultan ser chivos expiatorios perfectamente aceptables cuando el gatito se seca y es necesario exprimirlo un poco más. La verdad es que cualquier cosa funciona siempre y cuando las masas no tengan que hacer frente a sus propios fracasos o a los de sus corruptos líderes.

En última instancia, sin embargo, al tragarte las tonterías que vierte tu gobierno eres tú el que pagará el precio –tú y tus hijos–. Es tu moneda la que será envilecida en el altar de tu crédito fácil, tus impulsos consumistas y tu ignorancia del juego político.

Como ves, el malo de la película no es el banquero. Eres tú.

Leer texto original, en inglés