¡Es el efecto de red, estúpido! (XVI)

coperniconicolasVer parte 15

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Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.

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Antes de abrazar el modelo copernicano, es necesario abandonar la esperanza de salvar el modelo ptolemaico mediante la introducción de nuevas reformas, pues al enmendar un modelo errado mantenemos viva la ilusión de que este refleja una realidad que de hecho está escondiendo.

Cuando resulta obvio que todas las piezas del rompecabezas encajan, la vanguardia intelectual finalmente se anima a desafiar el status quo, al menos en los claustros. Nada es más estimulante para los intelectuales íntegros que un modelo preciso, y no hay nada que se pueda hacer para que abjuren de él (“E pur si muove…”). Pero la propagación de las nuevas ideas no cobra impulso gracias a ellos, sino a los activistas –a la vanguardia moral, obstinada en liberar el saber enclaustrado–.

Es debido a la tenacidad de las vanguardias morales a lo largo de la historia –a su persistente disposición a enfrentar el riesgo, el aislamiento y el sacrificio–, más que a la propia fuerza de sus verdades, que hoy censuramos la esclavitud o la ofrenda de doncellas para el apaciguamiento de los dioses.

Por último, llega el turno de las masas. Aquí operan otras fuerzas, otros incentivos; lo que guía el rumbo ya no es la convicción sino el cálculo. El horizonte temporal se acorta; el peso del riesgo aumenta en el balance individual. Solo cuando el costo de la lealtad al viejo paradigma llega a ser más alto que el costo de cambiar el rumbo, las mayorías atienden a la brújula moral.

Con el modelo erróneo agotado y socialmente impugnado, la mentira pierde fuerza entre las masas, no por ser mentira sino porque ya no rinde los beneficios que solía rendir.

Continuará.