Estando ya en agosto del 2018, resulta difícil encontrar una persona que use habitualmente Internet y que no haya oído hablar –como poco– de Bitcoin. Nacía la primera criptomoneda –espiritualmente– hace ya una década, con la publicación (por parte de su misterioso autor) del “White Paper” o documento en el que se define qué es y cómo funciona el protocolo Bitcoin, en el año 2008. En no más de 8 páginas, de una simpleza asombrosa y una consistencia que se ha revelado como casi monolítica, Satoshi Nakamoto firmaba el diseño de lo que era Bitcoin y su “Blockchain” o cadena de bloques.
Es un documento que –personalmente– recomiendo leer, porque contiene muchas de las respuestas implícitas que, con el complejo transcurso de su historia hasta hoy día, es necesario conocer y comprender para poder aventurar, con algún grado de acierto, el suelo que se está pisando en este nuevo mundo.
La red Bitcoin, formada por nodos y mineros que se unen a ella de forma libre, comenzó a funcionar en el año 2009. En concreto el día 3 de Enero de 2009, y su creador tuvo a bien dejar una “misteriosa” inscripción asociada a ese bloque génesis: “The Times 03/Jan/2009 Chancellor on brink of second bailout for banks.” Fuera quien fuera ese Satoshi Nakamoto, además de haber tenido una de las ideas más revolucionarias del siglo, estaba muy atento a lo que las autoridades políticas estaban haciendo vía rescates bancarios: entregándoles el dinero de todos o, dicho finamente, socializando las pérdidas en que habían incurrido por su forma de intentar hacer negocios.
¿Fue Bitcoin la primera moneda digital? No. No lo fue. Antes que ella estuvieron otras, pero no eran monedas en sí mismas, sino que eran la representación digital, emitida por una entidad central, de un bien. Ese fue el caso de la tristemente conocida “Liberty Reserve”, que en el año 2013 fue clausurada por los USA, precisamente porque tenía una “cabeza central” a la que dirigirse. Su creador, detenido en el aeropuerto de Barajas en Madrid, fue condenado a 20 años de cárcel.
Lo que sí es Bitcoin es la primera criptomoneda que prescinde de terceras partes en las que es forzoso confiar, resolviendo un problema que –hasta su nacimiento– no había tenido solución práctica, ni parecía despertarle interés alguno a las autoridades monetarias, muy cómodas con su actual sistema de reserva fraccionaria basada en deuda de dinero tipo fiat (cuya circulación depende del mandato estatal).
La importancia de la descentralización en el esquema de Bitcoin es primordial desde sus entrañas, ya que la forma de hacer desaparecer a la “tercera parte de confianza” (bien sea un banco u otra entidad) de la ecuación clásica de la transferencia de fondos, era hacer que dicha transferencia de fondos fuera conocida por todos los miembros implicados. En lugar de tener a un banco o a una compañía de envío de dinero manejando tus fondos, la transferencia es pública y verificada por todos los actores mediante un juego de firmas basado en criptografía, y esos actores ya no son bancos o estados, sino usuarios que se incorporan –de forma voluntaria– a la red Bitcoin.
El conjunto de las transacciones ocurridas durante un cierto tiempo (aproximadamente 10 minutos de media), todas ellas previamente validadas con respecto al saldo existente en cada cuenta para evitar la posibilidad de un doble gasto, pasan a “empaquetarse” en un bloque de información que es añadido a la cadena. Ese bloque, que no es en esencia distinto a una serie de apuntes contables en un libro de cuentas público y visible para todos, es escrito por un minero (que ha ganado ese derecho mediante competición abierta –no arbitrada por ninguna autoridad central– con otros mineros) como la última anotación del libro y así es retransmitido a todos los usuarios de la red, tras lo cual se inicia de nuevo el proceso para la creación de otro bloque con las siguientes transacciones.
La suma de esas anotaciones y otros datos asociados empaquetados en forma de bloque, es lo que se conoce como Blockchain o “Cadena de Bloques”. El minero que resuelve el “acertijo matemático” y adquiere el derecho de escribir el bloque, se lleva a su vez la recompensa que haya establecida en ese momento en Bitcoin (la recompensa es menguante desde su creación), más la suma de las tarifas cobradas a los usuarios por las transacciones.
Eso, descrito con extrema simpleza, es el protocolo Bitcoin. Integra varios avances que se habían ido logrando en el campo de la criptografía y la programación, orientados a la creación de un dinero digital que lo fuera realmente, y no una mera representación del mismo con sistemas digitales.
¿Por qué ahora existen –aparentemente– varios tipos de Bitcoin?
En el año 2009, cuando empezó la minería en Bitcoin, aunque era y es algo abierto a lo que podía acceder cualquiera, lo especializado del asunto y los contextos alejados de lo “mainstream” en los que todo esto se movía (entre criptógrafos, matemáticos y programadores informáticos de ciertas listas de Internet), permitieron un desarrollo gradual del sistema. Para que la red Bitcoin fuera una realidad, debía desarrollarse desde la idea original y pasar todo un chequeo a fondo del desempeño en el entorno real, que depurase errores y fuera solventando los problemas que pudieran ir apareciendo.
Así se hizo. Se mejoraron unas cosas, se arreglaron otras y se comenzaron a pensar otras, aunque todo eso ocurría en un grupo abierto pero reducido de personas implicadas en el desarrollo de ese proyecto, que seguía liderado por Satoshi Nakamoto hasta mediados del año 2010. A mediados de ese año, Satoshi entrega el control del proyecto a un desarrollador llamado Gavin Andresen. E igual que surgió de la nada dos años antes, desaparece oficialmente, con lo que se calcula que son 1 millón de bitcoins minados en las etapas iniciales del proyecto y que se encuentran –aún– en direcciones que se consideran pertenecientes a Satoshi.
Cerrada esa primera etapa en la que el propio creador estaba implicado en el desarrollo de Bitcoin, la cosa quedó en manos de un equipo liderado por Gavin Andresen, en un equipo que era el que desarrollaba el cliente de Bitcoin más conocido por entonces: “Bitcoin Core”. Era un cliente pesado, que te obligaba a descargar toda la cadena de bloques y era una descarga que podía tardar días (dependiendo de tu conexión y ordenador), pero era el cliente de Bitcoin “de referencia” en el anarquista entorno natural de Bitcoin; era la marca más conocida.
Este grupo de trabajo, el de “Bitcoin Core”, en el año 2014 –coincidiendo con la salida de Gavin del proyecto– empieza a ser “penetrado” por el capital tradicional. Una organización llamada “Blockstream”, financiada especialmente por el grupo AXA, toma progresivamente el control del grupo y de sus recursos, contratando (sobornando) a quien se pone por medio y puede resultarles de interés. En el año 2015, los foros donde se hablaba sobre Bitcoin (los que habían sido “los oficiales y oficiosos” hasta entonces) sufrían ya una brutal censura basada en la siguiente norma: “Este lugar es para tratar asuntos sobre Bitcoin y no sobre otras monedas.”
Parece una norma razonable, ¿verdad? Pues si consideras que cualquier cambio que se propusiera sobre Bitcoin, a ojos de esta moderación, era como estar hablando de otra moneda y eso se castigaba con la expulsión del lugar de debate, ya no parece tan razonable. Es así como se aplicó una censura dictatorial en esos foros, provocando la huida y expulsión de sus principales usuarios y de los personajes más relevantes del universo Bitcoin, como fue el caso de Roger Ver (conocido como el “Jesucristo del Bitcoin” por su activa evangelización en este tema) y con el tiempo, incluso de desarrolladores del propio grupo que se salían de la asfixiante y censora línea marcada por “los nuevos propietarios”.
Al frente de ese grupo, Blockstream, se encuentra Adam Back, un turbio personaje que me recuerda a Salieri, el compositor clásico que Milos Forman dibujó en su oscarizada “Amadeus” sobre la vida y obra de Mozart. Salieri era el músico de la corte que envidiaba –hasta el odio– a Mozart, y que viéndose incapaz de rozar su genialidad o fama, conspiró contra él hasta su muerte. Y no es para menos dicha comparación, ya que Adam Back fue uno de esos personajes con los que Satoshi contactó en sus inicios –cuando procuró rodearse de gente que hubiera trabajado ya en este campo, para desarrollar en equipo la idea de Bitcoin– pero no recibió sino desprecio de Adam Back. Mientras que Satoshi quiso incluirle entre aquellos que estaban desarrollando la moneda, él negó cualquier tipo de cooperación o ayuda en el desarrollo inicial de Bitcoin, criticándolo como una idea estúpida. Un personaje resentido y mezquino, que en lugar de aceptar el honor de trabajar con la mente creadora de esta idea, se negó a hacerlo y ahora es el “empleado” de los enemigos de Bitcoin, escondidos tras la imagen de “Blockstream” y la cara de Adam Back.
Habiendo parasitado el grupo de desarrolladores de “Bitcoin Core”, empezaron a bloquear cualquier intento de solventar el problema de la escalabilidad de Bitcoin: el tamaño del bloque había sido fijado en un máximo de 1MB de tamaño en las etapas iniciales del desarrollo de Bitcoin como forma de combatir posibles ataques de SPAM en la red. El asunto no era menor: el modelo de Bitcoin tal y como estaba sólo podía procesar 3 transacciones por segundo, debido a ese límite puesto de forma temporal y para un escenario totalmente distinto. El tamaño del bloque ya no daba más de sí y se iba a alcanzar su límite en poco tiempo debido al crecimiento exponencial de la adopción y uso de Bitcoin.
No retirar esa limitación era equivalente a morir de éxito, ya que el aumento de uso se convertía inmediatamente en problemas para cada usuario, por las altas tarifas que había que pagar para conseguir que una transacción se confirmase (compitiendo por marcar entre los mejores pagadores para estar entre esos 3 elegidos por segundo, llevando a una escalada de las tarifas de transacción de más de 50 dólares por envío) y los largos tiempos de confirmación en que una transacción podía quedar “perdida” durante un par de semanas, en una suerte de purgatorio a la espera de ser procesada o rechazada por la red Bitcoin. Todo el mundo había tenido claro que era un límite temporal, hasta que hicieron de este asunto del tamaño del bloque limitado el casus belli al que agarrarse para escenificar lo que vino a continuación.
La comunidad y los distintos equipos de desarrollo que había en el ecosistema Bitcoin, empezaron a buscar formas de superar el asunto y a hacer propuestas, pero todo lo que pasase por retirar el límite al tamaño de bloque en 1 MB era rechazado y castigado en sus foros (controlados por contratados de “Blockstream”) con la censura y la expulsión. Y a la vez, la gente de Adam Back empezó a buscar una forma de sacar partido a la escasez de espacio en Bitcoin que había sido generada de forma artificial, e idearon un sistema de segunda capa (fuera del protocolo Bitcoin en sí mismo) que monetizase el crecimiento por encima de 3 transacciones al segundo. Dicho de otra forma: habían planeado y ejecutado el secuestro –y asesinato– de Bitcoin (tal y como había existido) para poder obtener una renta a expensas de usuarios y mineros.
Ellos aseguraban el problema y ellos aportaban la “solución”, que en lugar de ser código abierto en una red descentralizada –como lo es Bitcoin– pasó a ser de código propietario y con patentes que, curiosamente, ya eran suyas desde 2014. Definitivamente habían secuestrado el proyecto Bitcoin, y lo estaban destrozando para beneficio propio hasta que del original sólo quedara el nombre, con un equipo encabezado por ese mediocre personaje, Adam Back, que se negó a ver la brillantez de la idea detrás de Bitcoin y ahora su vida la dedica a luchar activamente contra la creación de Satoshi.
Imagen por wachinkoh