La llamada «guerra contra las drogas» es, en realidad, una guerra contra personas, originalmente inspirada en pretextos puritanos y racistas*, mantenida por la ignorancia, los intereses velados y la pura inercia, y consolidada gracias al poderío de la delincuencia que las mismas “leyes antidrogas” forjaron al amparo de los estados.
Antes de la prohibición, la heroína y la cocaína eran de uso habitual entre ciudadanos respetables, y se vendían en las farmacias libremente, tal como hoy se venden las aspirinas. Las leyes “antidrogas” no han hecho más que trasladar el mercado a la clandestinidad, empeorando así las condiciones de consumo (por ejemplo forzando el uso compartido de agujas y jeringas), incentivando la adulteración, obstaculizando la información y obligando a muchos a delinquir para mantener su hábito. En definitiva, la prohibición ha agravado las dificultades de los consumidores problemáticos, y ha traído nuevos problemas a todos los demás.
Una ley represiva puede afectar la disponibilidad de una determinada droga, su pureza, el riesgo asociado a su producción, compra y venta, su precio, las condiciones de su empleo, el total consumido en un período de tiempo, entre otras variables. Pero ninguna ley puede alterar – ni siquiera un ápice – los patrones de consumo autodestructivo.
Lo que sí han logrado las leyes “antidrogas” es generar inseguridad, desbordar las cárceles y los “centros de recuperación” de gente inocente, destruir familias, socavar el respeto por otras leyes, estancar el sistema judicial, corromper a las autoridades (si es que pueden corromperse aún más), impulsar un colosal derroche de recursos, fomentar el crimen organizado, financiar indirectamente al terrorismo, desproteger al consumidor, favorecer la propagación de peligrosas infecciones, erosionar las libertades básicas, promover la ignorancia y la hipocresía… todo esto y mucho más, mientras los nobles objetivos que (teóricamente) se proponen están cada vez más lejos de cumplirse.
Las leyes «antidrogas» NO serán abolidas por sus beneficiarios directos – a saber: políticos, jueces, abogados, policías, militares, constructores de cárceles, médicos drogoabusólogos, etc. No, estas leyes acabarán siendo ignoradas por completo mucho antes de ser abolidas, como ocurrió con las leyes de la «Santa Inquisición». Sin embargo, cabe recordar que durante los últimos estertores de la Inquisición – cuando ya ninguna persona en sus cabales creía en la existencia de las brujas – todavía era posible acabar en la hoguera. Indudablemente, la «guerra contra las drogas» – nuestra moderna Inquisición – seguirá cobrándose víctimas en los años venideros; pero gracias a Bitcoin, las leyes «antidrogas» cada vez serán más difíciles de aplicar. Veamos por qué…
* La «guerra contra las drogas» se inició en EEUU en el año 1875, cuando se le prohibió el consumo de opio exclusivamente a quienes tenían el hábito de fumarlo, es decir (en aquél entonces) a los inmigrantes chinos – y no a los locales, quienes tendían a consumirlo en forma de bebidas. .Silk Road, como eBay, alienta a los usuarios a calificar a los proveedores y a hacer comentarios acerca de cada transacción. En SR también hay ofertas, regalos de parte de algunos proveedores, servicios de depósito en garantía y de resolución de disputas, etc. Pero Silk Road no vende CDs ni ropa usada – es una tienda de Internet descentralizada en donde se pueden comprar drogas ilegales, y a la cual sólo puede accederse mediante TOR. En los foros del sitio, los compradores comentan que en SR las drogas son más baratas y de mayor calidad. Además, destacan el hecho de no tener que encontrarse con un vendedor desconocido en un callejón oscuro para conseguirlas.
Con el anonimato que hacen posible TOR y Bitcoin, sumado a la experiencia que han adquirido los vendedores en el ocultamiento de las drogas para evitar su detección (e incluso para evitar el rastreo de su origen), parece que poco pueden hacer actualmente las fuerzas de ¨seguridad¨ para impedir que los usuarios compren drogas online. Ver artículo en theage.com.au