Shelling out – Los orígenes del dinero (VIII)

Shelling out – Los orígenes del dinero VIII (Ver parte VII)

Nuevas teorías sobre los orígenes y la naturaleza del dinero

Fuente: Nick Szabo’s papersTraducido al español por moraluniversal.com

tribePara el cazador recolector, las herramientas, y a veces la ropa abrigada, eran necesarias para la supervivencia. Muchos de esos objetos eran artículos de colección considerados de gran valor, que aseguraban contra el hambre, compraban parejas, y podían evitar la masacre o el hambre en caso de derrota en una guerra. La posibilidad de transferir este capital de supervivencia a los propios descendientes era otra de las ventajas que el homo sapiens sapiens tenía sobre otros animales. Además, un miembro de la tribu o clan particularmente habilidoso podía acumular riqueza mediante el comercio ocasional –pero acumulativo durante toda una vida– de consumibles sobrantes a cambio de riqueza de larga duración, especialmente artículos de colección. Así, una ventaja temporal de aptitud podía convertirse en una ventaja de aptitud más duradera para los descendientes.

Otra forma de riqueza, oculta para el arqueólogo, eran los títulos oficiales. Tales posiciones sociales eran más valiosas que las formas tangibles de riqueza en muchas culturas de cazadores recolectores. Ejemplos de dichas posiciones son los líderes de clan, líderes de partida de guerra o caza, afiliación a una particular asociación de comercio de larga duración –con una persona particular de un clan o tribu vecina–, matronas y sanadores religiosos. Con frecuencia los artículos de colección no sólo simbolizaban riqueza, sino que también servían como mnemotecnia representativa del derecho a una posición de responsabilidad o privilegio dentro de un clan. Tras la muerte, para mantener el orden, los herederos de dichas posiciones debían mostrarse claramente diligentes. Un retraso podía engendrar feroces conflictos. Así, los festines mortuorios eran un evento común en el que se halagaba al difunto, mientras sus formas tangibles de riqueza tanto como las intangibles eran distribuidas entre los descendientes según las decisiones de ciertos miembros designados del clan, o según la voluntad del difunto.

Otros tipos de obsequios gratuitos eran bastante raros en culturas premodernas, como ha indicado Marcel Mauss y otros antropólogos. Obsequios aparentemente gratuitos de hecho invocaban una obligación para el receptor. Antes de la aparición de leyes contractuales, esta obligación implícita –junto con el deshonor público y el consiguiente castigo si esta no era satisfecha– era quizás el motivador más común de reciprocidad en el intercambio aplazado, y es todavía común en la variedad de favores informales que nos hacemos. La herencia y otras formas de altruismo de parentesco eran las únicas formas extendidas de aquello que los seres humanos modernos llamamos regalo en sentido estricto, esto es, un regalo que no imponía obligaciones sobre el receptor.

misioneros

Los primeros comerciantes y misioneros occidentales, que con frecuencia veían a los nativos como primitivos infantiles, a veces llamaban “regalo” a sus pagos, e “intercambios de regalos” al comercio, como si se asemejaran más a los intercambios navideños o de cumpleaños de los niños occidentales que a las obligaciones contractuales y de impuestos de los adultos. En parte esto podría haber reflejado un prejuicio, y por otra parte el hecho de que, por aquella época, en occidente las obligaciones eran normalmente formalizadas en una escritura de la que los nativos carecían. Los occidentales normalmente traducían la gran variedad de palabras que los nativos tenían para sus instituciones de comercio, derechos y obligaciones como “regalo”. Las poblaciones de colonos franceses del siglo XVII en América se hallaban esparcidas entre poblaciones de indios mucho más grandes, y con frecuencia tenían que pagarles tributo. Llamar a estos pagos “regalo” era una forma para ellos de salvar las apariencias ante otros europeos que no tenían tal necesidad y a quienes les parecía cobarde.

Mauss y los antropólogos modernos desafortunadamente han mantenido esta terminología. El hombre incivilizado sigue siendo un niño, pero es ahora inocente como un niño: una criatura de superioridad moral que no se inclina ante la bajeza de nuestras frías transacciones económicas sin escrúpulos. Sin embargo, en occidente –especialmente en la terminología oficial usada para las leyes que cubren transacciones– un “regalo” se refiere a una transferencia que no impone obligación alguna. Cuando nos encontramos con discusiones de “intercambio de regalos” hay que tener en cuenta esta advertencia. Los antropólogos modernos no se refieren para nada con esto a los regalos gratuitos e informales que comúnmente llamamos “regalos”; se refieren a cualquiera de una gran variedad de sistemas de derechos y obligaciones, a menudo bastante sofisticados, para la transferencia de riqueza. Las únicas transacciones mayores en culturas prehistóricas similares a nuestros regalos modernos –en que no eran obligaciones ampliamente reconocidas ni imponían obligación alguna sobre el receptor– eran los cuidados prodigados por los padres o los parientes de la madre a sus hijos y herencia. (Una excepción era que heredar un título o posición social imponía sus correspondientes responsabilidades al heredero, al igual que confería privilegios.)

La herencia de algunas reliquias familiares habría procedido sin interrupción durante generaciones, pero no formó un bucle cerrado de transferencia de artículos de colección por sí misma. Las reliquias familiares eran sólo valiosas si eventualmente se usaban para alguna otra cosa. Con frecuencia eran usadas en transacciones de matrimonio entre clanes que podían formar ciclos de bucles cerrados de artículos de colección.

El comercio familiar

Un ejemplo temprano e importante del tipo de red comercial pequeña de bucle cerrado que los artículos de colección hacían posible incluye la inversión, mucho mayor, que los humanos hacen en su prole en comparación con otros primates, y la correspondiente institución del matrimonio. Combinando acuerdos de asociación a largo plazo para el apareamiento y la crianza de hijos, negociados entre clanes, con la transferencia de riqueza, el matrimonio es un valor universal humano que probablemente se remonta al primer homo sapiens sapiens.

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La inversión parental es un asunto a largo plazo y casi de “un solo intento”: no hay tiempo para repetir la interacción. Un divorcio de un padre negligente o mujer infiel normalmente suponía varios años de tiempo desperdiciado, en términos de aptitud genética, por quien era engañado. La norma de la fidelidad y el compromiso hacia los niños era principalmente aplicada por los parientes políticos –el clan–. El matrimonio era aquel contrato entre clanes que usualmente incluía esas promesas de fidelidad y compromiso, al igual que la transferencia de riqueza.

Las contribuciones que un hombre y una mujer hacían a un matrimonio eran rara vez iguales. Esto era incluso más cierto en una era en la que la elección de pareja venía mayormente determinada por los clanes, y la población de que los líderes de los clanes podían disponer para su elección era bastante pequeña. Más frecuentemente la mujer era considerada más valiosa, y el clan del novio pagaba un “precio por novia” al clan de la novia. Bastante raro en comparación era la dote: un pago hecho por el clan de la novia a la nueva pareja. Esto era practicado sobre todo por las clases altas de sociedades monógamas, pero altamente desiguales, de la Europa medieval y la India; y estaba última instancia motivado por el potencial reproductivo de los hijos de clase alta, muy superior al de las hijas en esas sociedades. Puesto que la literatura se escribía sobre todo sobre las clases altas, la dote a menudo juega un papel en las historias tradicionales europeas; lo que no refleja su auténtica incidencia en las culturas humanas: era algo bastante raro.

Los matrimonios entre clanes podían formar un ciclo cerrado de artículos de colección. En efecto, dos clanes intercambiando parejas era suficiente para mantener un bucle cerrado siempre que las novias tendieran a alternarse. Si un clan era más rico en artículos de colección por algún otro tipo de transferencia, podía casar más hijos con novias mejores (en sociedades monógamas) o un mayor número de novias (en sociedades polígamas). En un ciclo que incluyera sólo matrimonios, el dinero primitivo habría servido simplemente para reemplazar la necesidad de memoria y confianza entre clanes ante largos retrasos en las transferencias desiguales de esos recursos.

Al igual que la herencia, el pleito y el tributo, el matrimonio requiere una triple coincidencia de dicho evento con cierta oferta y demanda. Sin un almacén de riqueza transferible y durable, la habilidad del clan del novio para suministrar lo que desea el clan de la novia en ese preciso momento, en un grado lo suficientemente alto como para compensar el desequilibrio de valor entre la novia y el novio, al tiempo que satisface las ataduras políticas y románticas de la pareja, sería algo improbable. Una solución podría ser imponer al clan del novio, o al novio, una obligación continuada de servicios al clan de la novia. Esto ocurre en alrededor del 15% de las culturas conocidas. En un número más alto, 67%, el novio o el clan del novio paga a las novias una cantidad considerable de riqueza. Algo de este precio es pagado en forma de artículos de consumo inmediato, en plantas por recolectar o cosechar y animales sacrificados para el festín del casamiento. En sociedades de pastores o agricultores, gran parte del precio de la novia se paga en forma de ganado, una forma duradera de riqueza. El saldo, y normalmente la porción más valiosa del precio de la novia en culturas sin ganado, se paga con lo que suelen ser las reliquias familiares más valiosas –los pendientes y anillos más excepcionales, costosos y duraderos, etc.–. La práctica occidental de dar un anillo a la novia –y de un pretendiente dar a una dama otro tipo de joyas– fue en su día una transferencia considerable de riqueza, común en muchas otras culturas. En alrededor del 23% de las culturas, mayormente en las modernas, no existe un intercambio de riqueza importante. En alrededor del 6% de las culturas hay un intercambio mutuo de riqueza entre los clanes del novio y la novia. En sólo un 2% de las culturas, aproximadamente, pasa que el clan de la novia es el que paga una dote a la nueva pareja.

Tristemente, algunas de estas transferencias de riqueza distaban mucho del altruismo de una herencia o el disfrute del matrimonio; y en el caso del tributo era justo lo opuesto.

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