Nada nuevo bajo el sol

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Por Ignacio Ozcariz*


Siglo XIX

Durante el reinado de la reina Victoria, apareció una nueva tecnología de las comunicaciones que permitía a las personas comunicarse instantáneamente a través de grandes distancias.


Mediante el telégrafo eléctrico, el mundo comenzó a comunicarse más rápido y desde más lejos que nunca. Una red de comunicaciones empezó a extenderse sin pausa, gracias a cables que atravesaban los continentes y los océanos.

La nueva tecnología revolucionó rápidamente las prácticas empresariales, dio lugar a nuevas formas de picaresca y delincuencia, e inundó a sus usuarios con un diluvio de información. Los romances florecieron en los cables. Nuevos códigos secretos fueron ideados por usuarios que buscaban privacidad para sus comunicaciones, y por supuesto estos códigos fueron rotos por otros usuarios que querían saber que decían los demás.

Los beneficios de la red fueron promocionados hasta la hipérbole por sus defensores, y criticados hasta la náusea por los escépticos. Sus partidarios plantearon que la nueva tecnología traería la paz mundial, puesto que los mandatarios ya no necesitarían ir a la guerra gracias a  la comunicación instantánea entre ellos en caso de conflicto. Los detractores, por su lado, pronosticaron el fin del mundo por la disrupción moral que traería la nueva tecnología.

La economía, y en particular los mercados bursátiles, experimentaron una burbuja especulativa ligada a todos los valores que rodeaban a las compañías de telégrafos en sus primeros días

Los gobiernos y los reguladores intentaron, y no lograron, controlar el nuevo medio de comunicación.

Los usos en la vida ordinaria, desde la recopilación de noticias por parte de la prensa, pasando por los métodos de la diplomacia, hasta las negociaciones de precios del comercio ordinario en los mercados, tuvieron que ser completamente replanteados.

Mientras tanto, y alrededor de los cables, una subcultura tecnológica con sus propias costumbres y vocabulario terminó estableciéndose.

Siglo XX

A partir de principios de los años 90, una tecnología de las comunicaciones que había estado agazapada en el ámbito universitario y militar, la Internet, hizo su irrupción en la esfera pública gracias a la introducción de la “World Wide Web” y su protocolo http.

Hoy en día, Internet es a menudo descripta como una autopista de la información. Su precursor en el siglo XIX, el telégrafo eléctrico, se denominó la «autopista del pensamiento».

Los ordenadores modernos manejan los bytes y los transmiten automáticamente a través de la red Internet, en un paralelismo con los mensajes telegráficos que se transmitían en los puntos y rayas del código Morse enviados a lo largo de los cables por operadores humanos. El equipo puede ser muy  diferente, pero el impacto del telégrafo en la vida de sus usuarios fue tan fuerte en su momento como lo fue luego el de Internet a fines del siglo XX.

El telégrafo desató la mayor revolución en las comunicaciones, comparable a la del desarrollo de la imprenta. Los usuarios modernos de Internet son en muchos aspectos los herederos de la tradición telegráfica, lo que significa que hoy en día nos encontramos en una posición única para entender el telégrafo – y el telégrafo , a su vez , puede darnos una perspectiva fascinante sobre los retos, las oportunidades y las dificultades de Internet .

El ascenso y la caída del telégrafo es una historia de descubrimientos científicos, astucia tecnológica, rivalidad personal y competencia feroz. Es también una parábola sobre cómo reaccionamos ante las nuevas tecnologías: a algunas personas les toca la vena profunda del optimismo, mientras que otras encuentran en ellas nuevas formas de cometer delitos, iniciar romances o tratar de hacer dinero fácil – conductas humanas nada originales que con demasiada frecuencia se atribuyen a las propias tecnologías.

Si repasamos cada uno de los hitos en los que el telégrafo cambió la vida a nuestros antepasados del siglo XIX, los encontramos repetidos en el caso de Internet.

Del lado de los Estados, la reacción fue similar en ambos casos: del desinterés en su lanzamiento pasaron a la intervención vía regulaciones que, sin éxito, intentaban frenar la innovación. Los actores que en la etapa anterior se ocupaban de los correos de postas tuvieron que desaparecer o reconvertirse en compañías de telégrafos, luego de teléfonos y estos, más adelante, en proveedores de Internet.

Siglo XXI

Uno de los dominios que más se han resistido a la introducción de la red en sus prácticas ha sido el sistema monetario de los Estados y sus agentes, los Bancos. Parece obvio, por lo que hemos visto en los cambios que promovieron las dos tecnologías anteriores, que la centralización de las comunicaciones en un punto, la cabeza, confiere el poder para su manipulación, mientras que la distribución de la información por la red democratiza el acceso a la misma y diluye los efectos del control centralizado.

Es por ello que el control por antonomasia, el de la distribución de la riqueza, no es algo que al poder le guste ceder.

Y aquí es donde aparecen en el presente siglo las criptomonedas. Una tecnología claramente disruptiva, basada en la red y que resuelve dos de los problemas que hasta ahora tenían las monedas sociales introducidas al margen de los Estados: el problema del emisor y el del doble gasto.

Considerando como paradigma de las criptomonedas a Bitcoin, ocioso es indicar que lo que apuntábamos como cambios sociales generados por la introducción del telégrafo e Internet se está repitiendo como un calco.

Y, por supuesto, la reacción de los estados ya está llegando.

Si la historia nos sirve de maestra, al final terminaremos viendo a los bancos asumir las criptomonedas como un servicio  más dentro de su oferta, a la par de las tarjetas de crédito. Y probablemente en detrimento de éstas.

La aceptación de las criptomonedas pasará por el ocultamiento al usuario final de la complejidad tecnológica de las mismas. Poca gente que utiliza las tarjetas de crédito conoce la compleja tecnología que las soporta. Tampoco la universalización del telégrafo ni la de Internet sucedió porque el público aprendiera el código Morse o el funcionamiento del protocolo TCP/IP.

Por lo tanto, facilitar la obtención de criptomonedas y su intercambio por dinero fiat de una manera simple y segura, mediante cajeros accesibles al público, creemos que es el paso necesario para su popularización. Esperemos en España verlos pronto en funcionamiento como nos propone Bbank.

* Ignacio Ozcariz es Administrador de Recol Pro SA.