Leer parte 1 de «Maldición y bendición del efecto de red»
Leer parte 2 de «Maldición y bendición del efecto de red»
Leer parte 3 de «Maldición y bendición del efecto de red»
Una vez alcanzada cierta masa crítica (en torno al 10% de la población, según científicos del Rensselaer Polytechnic Institute), la inercia pasa a jugar a favor del cambio y en detrimento del statu quo. Si las ventajas de Bitcoin llegaran a ser ampliamente reconocidas, la única manera de reemplazarlo sería introduciendo una alternativa muy superior. ¿Cuán superior? Al menos tan superior como lo es Bitcoin respecto al sistema monetario estatal. Y este hipotético sistema alternativo tendría que sortear, además, un obstáculo particularmente fastidioso: las ventajas que ofrezca tendrían que ser imposibles de asimilar por Bitcoin.
Recordemos que Bitcoin evoluciona constantemente. Bajo el efecto de red, los protocolos exitosos se comportan como virus en extremo contagiosos, con una salvedad: su transmisión es voluntaria y en interés de la población afectada. Las metáforas biológicas no alcanzan a ilustrar el poder, la resistencia y la adaptabilidad de los protocolos que los seres humanos han creado y adoptado a lo largo de la historia. Considérese por ejemplo el lenguaje humano: más allá de lo que el futuro nos depare como especie, simplemente no volveremos a comunicarnos mediante gruñidos y chillidos.
Las instituciones monetarias y financieras que hemos heredado ya eran repugnantemente distorsivas, injustas e ineficientes mucho antes de quedar obsoletas. En la era de internet, lo único que impide su caída es un sistema de incentivos desparejos que funciona de la siguiente manera: los grupos de presión cercanos al poder político invierten millones en sobornos, que luego proporcionarán altísimos retornos como resultado de la legislación favorable a sus intereses (y perjudicial para el conjunto de la población).
El incentivo que tiene el lobbista para comprar la voluntad de los «representantes del pueblo» es inmenso, pues su modelo de negocio depende de la aprobación de una determinada ley. ¿Qué incentivo tiene, en cambio, el ciudadano de a pie para dedicarse a luchar contra una ley que lo perjudica? El primero ganará millones con una ley que puede ayudar a impulsar; el segundo perderá centavos con una ley contra la cual, de todas formas, nada puede hacer.