Por José Manuel Pérez Díaz
Una vez terminaron los jóvenes emprendedores alemanes – que presentaron sus proyectos Bitcoin en inglés – le tocó el turno a un señor bajito, del lugar, que se dirigió a todos de una forma más personal. Tenía cara de no haber sonreído – ni llorado – en doscientos años. Llevaba un reloj de oro, cartera de cocodrilo y otros símbolos de nuevo rico, como aquel hombre del campo que se sacó la lotería…
Pasando por alto el hecho de que los anteriores ponentes no le entenderían, y que el evento era internacional, estudia la idea de hablar en su idioma nativo. Finalmente se lanza a hablar en inglés. Dice: “Gracias a Bitcoin soy millonario sin haber hecho nada; pero tengo buenas intenciones y quiero ayudar… Me gustaría hablarles sobre la mansión que acabo de comprar, que me salió barata…”, y procede a enumerar detalles acerca de la gran altura de sus habitaciones, y de todo lo grande y voluminoso de sus nuevas y futuras adquisiciones. “Cuando el precio del bitcoin sea miles de veces el de ahora, están todos invitados, e iremos todos en yate…”
¿Estaría bromeando, o sería en serio? Ninguno de los geeks allí presentes se atrevía a dar señal; pero, una vez termina con su discurso y abre el turno de preguntas, un muchacho sonriente – que tal vez pensó semejante intervención surrealista era algún tipo de broma sarcástica o metáfora inteligente – le pide más información sobre el tamaño de su mansión… y automáticamente continúa dando detalles magníficos. Alguna risa concomitante se oye, y parece que le alerta: “Eso era un troll”, le dice al muchacho tras acabar su respuesta y, sin cambiar su expresión robótica, pasa el turno de pregunta a otro.
Claro está que los trolls no desean ser conscientes de su naturaleza. Todo baboso al que le disgusta su propia baba se dedicará a ver babas en los demás, sobre todo cuando le descubren. ¿Pero qué quiere decir que un señor como este controle, junto con un puñado de personas más, la inmensa mayoría de los bitcoins en la actualidad? Son noticias bastante malas, aunque evidentemente peores para él.
No es más que la vieja historia de los tres cerditos, o la de la mentalidad del hombre verdaderamente rico y cuya fortuna es sólida y estable, frente a la mentalidad del pobre que derrocha su dinero por su inmadurez e ilusa visión del valor de las cosas (‘Padre rico, padre pobre’, Robert Kiyosaki). Sólo hay que prestar atención a los detalles, sobre todo cuando la gente habla nerviosa y se apresura a decir cosas aparentemente sin sentido y con alto contenido emocional; y qué significativo el que este señor eligiera hablar precisamente de su adquisición de tierras e inmuebles de lujo, cuando poco hay en el universo económico que mejor simbolice pérdidas y una carga para su poseedor.
El «hombre pobre» retrasa el éxito de la criptomoneda
Esto se aplica tanto al bosque de los tres cerditos como al mundo Bitcoin.
Al igual que una moneda fiat genera una economía inestable, integrada mayormente por esclavos dedicados a satisfacer los caprichos de quienes reciben el dinero recién emitido, una “oligarquía” de señores como este, hace que buena parte de la economía Bitcoin se dedique a satisfacer sus necesidades; mientras que el motor integrado por la mayoría de usuarios, sumergidos, se dedica a soportar e incrementar el valor auténtico de aquello con lo que ellos juegan (el valor de Bitcoin es altamente dependiente del número de usuarios).
Y eso que los especuladores son importantísimos. Pero un buen especulador no quiere “ayudar” a nadie, en tanto que su función es la de asumir riesgos grandísimos; ni se gasta el dinero en fiestas para invitados aleatorios como si quisiera lavar sus culpas por la suerte que le ha tocado…
Cada bitcoin que estos “millonarios pobres” dejan de invertir en negocios productivos y con futuro, es una señal más que envían al mundo de que este dinero es “de juguete”, que sólo sirve para intercambiar por el “verdadero” dinero del Estado para comprarnos regalitos… Al tiempo, suscitan la repugnancia de la mayoría trabajadora, que antes preferirán defender una moneda devaluada que identificarse con semejante petulancia.
En efecto, no sin motivo quedaron nuestros amigos alemanes plantados en su mesa – ellos y sus valiosos proyectos – mientras que Mr. Millionaire recibió la visita de un norteamericano, bien alto él, en busca de sus dineros y delirios de grandeza dentro de un sistema embriagado por gobiernos y valores agonizantes.
Por supuesto, la selección natural que impone una moneda descentralizada y a prueba de monopolios quitará de en medio a estos personajes a su debido tiempo, pero da pena ver cómo la suerte no le toca a personas que no están todavía en pañales a la hora de comprenderse a sí mismos y el mundo en que viven.