Fuente: Bonner & Partners Por Bill Bonner
Austeridad no es lo que le exigen los acreedores a Grecia; austeridad es lo que Grecia habría tenido que enfrentar sin los 220 mil millones de dólares en fondos de rescate y las dos reestructuraciones de deuda.
Sin estos fondos, los salarios del sector público… y las pensiones… no podrían pagarse. El sistema bancario se derrumbaría. Y los ahorros de los griegos serían destruidos.
Sobornos y recompensas
En realidad, Grecia sólo está recortando los extravagantes sobornos y recompensas a los zombies; es el precio de mantener el juego en marcha.
Si los griegos quieren más dinero, tienen que simular que lo utilizan con prudencia. Si sus prestamistas compinches quieren seguir prestando, tienen que fingir que van a recuperar su dinero.
Al igual que las guerras de zombies en el Medio Oriente, lo importante no es ganar. O resolver problemas. Lo importante es mantener el flujo de dinero.
¿Cuál es la alternativa?
¿Que Grecia entre en default y viva dentro de sus posibilidades?
«Esperamos que Syriza se ocupe de nosotros», dijo un portero. «Mientras yo tenga vida, no perderé la esperanza.»
«La gente necesita mitos», dijo un colega, Simone Wapler, durante el almuerzo de ayer. «Necesitan un relato público lo suficientemente simple como para entenderlo.»
El Bien contra el Mal, Negro contra Blanco, Estados rojos versus Estados azules, Alemanes malos versus griegos explotados –la narración debe ser despojada de todo matiz, de toda sutileza y de toda contradicción–.
Es decir, debe ser despojada de cualquier cosa remotamente parecida a la vida real.
¡Zombies a montones!
Lo que estamos viendo en realidad es una gran guerra zombi. Los vagos, manipuladores y timadores están luchando para mantener el control sobre la población productiva.
Lo cual se está volviendo más y más difícil para ellos.
En primer lugar, porque hay demasiados zombies. No hay suficiente carne humana para todos.
En segundo lugar, los zombies han reclamado e impuesto tantas regulaciones y distorsiones que la economía se ha vuelto menos productiva.
Muchas de las batallas que se ven en las noticias son realmente batallas entre diferentes grupos de zombis, cada uno luchando por una mayor parte del botín.
Los maestros quieren aumentos salariales. El Pentágono quiere más aviones, o tanques, o pensiones. Wall Street quiere el crédito más barato.
Por supuesto, los zombis siempre estarán con nosotros. Y siempre querrán más carne.
Lo que hace única a esta Gran Guerra Zombi es que nunca antes había habido tantos zombies… y nunca antes habían dependido tan fuertemente del crédito.
Las partes no productivas de una sociedad solían limitarse a consumir la producción excedente que se encontraba a su disposición. Y cuando el superávit desaparecía, también desaparecían los zombies.
En casi todas las culturas, la pereza y el parasitismo solían ser desalentados.
Luego llegó el sistema monetario post 1971 –con su (al menos teóricamente) ilimitado suministro de crédito–.
De repente, los límites fueron abolidos en Zombilandia…
Junto con el dinero fácil se instaló una gran relajación de las actitudes. Muy pronto, a las personas dejó de importarles la presencia de zombies a su alrededor, e incluso empezaron a convertirse en zombies sin oponer resistencia.
Aceptar alguna forma de «asistencia social» solía ser una señal de fracaso y un motivo de vergüenza. Los beneficios por «discapacidad» estaban reservados para personas con problemas reales.
Los días de pago de millones de dólares eran tenidos por sospechosos, indecorosos o vulgares.
Ya no. ¡Tómalo mientras puedas!, y… ¿por qué no? Estas pasaron a ser las nuevas consignas.
Déficits sin lágrimas
Parecía que la sociedad podía mantener a tantos zombies como quisiera, y sin pérdida para nadie.
Pero espera. ¿Qué pasa con la deuda?
A mediados de la década de 1980, los políticos descubrieron que los déficits no importaban a los votantes.
Había un montón de crédito. Los votantes estaban felices de recibir pagos cada vez más generosos de la Seguridad Social. Y no se iban a oponer a la creación de otra agencia federal que fingiera mejorar la educación… o la salud… o lo que sea –siempre que no se planteara el aumento de impuestos como forma de pagar por todo aquello–.
El costo sería pagado por alguien, en algún lugar, algún día. ¿Quién sabe? ¿A quién le importaba?
Los hogares y las empresas también descubrieron que los déficits no importaban.
La gente empezó a creer que una gran hipoteca era algo bueno. Los precios de la vivienda subían. Las acciones subían. Si querías hacerte rico, sólo tenías que subir «a la escalera mecánica».
Cuanto más grande la hipoteca, más grande la casa, y más acciones tenías –y más grande resultaba la ganancia cuando vendías–.
Así, la deuda total creció. De alrededor de 150% del PIB en los años 1950, 1960 y 1970, se elevó a 350% del PIB a partir del 2000.
Y los zombies poblaron desde Wall Street a la plaza Syntagma –desviando miles de millones de dólares de capital de la economía productiva–.
Este es el mundo que los zombis y sus aliados están tan desesperados por preservar.
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Imagen por Gwendal Ungen