¡Es el efecto de red, estúpido! (Sexta parte)

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*Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.

 

Como ya hemos señalado, la institución moneda es uno de los ejemplos más nítidos de lo que es capaz el efecto de red –de su inmenso poder para diseminar y afianzar un sistema–. Antes de cosechar los frutos del efecto de red, sin embargo, es necesario aprender a respetar sus raíces. Sí, he dicho respetar y he dicho raíces: los proyectos disruptivos que tienen el potencial de cambiar el mundo no habitan un plano sublime desde donde unos pocos genios de la programación definen las prioridades y las reglas que más tarde los simples mortales acatarán. Esta perniciosa fantasía no es más que la última resurrección del sueño colectivista, y como tal debe ser devuelta a su nicho lo antes posible.

La planificación centralizada no funciona ni puede funcionar. Lo que sí funciona es justamente lo contrario: la planificación individual (no porque sea perfecta, sino porque allí donde esta no es coartada los errores son limitados en lugar de sistémicos, y de hecho fortalecen al conjunto de la sociedad). Los programadores tienen que estar atentos a las ideas que han sido testeadas –a lo que funciona en este mundo, no en un mundo imaginario de formas platónicas que el vulgo debe adoptar a ciegas–, y construir sobre ellas. Eso, claro, si realmente quieren que su talento se traduzca en cambios concretos y mensurables.

Como todo gran poder, aquel originado en la innovación tecnológica no llega sin condiciones, y la primera de ellas puede resumirse de la siguiente manera: abandona la megalomanía pseudo revolucionaria. Irónicamente, una de las principales fuerzas que han impulsado el proyecto Bitcoin –acaso el proyecto más radicalmente subversivo desde la imprenta de Gutenberg– es un movimiento conservador que ha sabido contrarrestar los intentos de llevar la innovación a los niveles más profundos del código, preservando así lo que merece –y debe– ser preservado.

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A menudo acusados de retrógrados, excesivamente aprensivos e ignorantes de las infinitas posibilidades que ofrece la tecnología de la cadena de bloques, los conservadores de Bitcoinlandia no hacen más que recordarnos que el lugar de lo complejo no es la base –donde lo complejo suele echar a perder lo que ha probado ser robusto e incluso antifrágil– sino los niveles superiores, en especial cuando estamos aspirando a construir nada menos que una moneda universal.

Para ilustrar el mensaje de estos reaccionarios de Bitcoin vayamos a un ejemplo conocido. La hormigas llevan unos 80 millones de años ocupando casi todos los rincones de la superficie de este planeta, y constituyen hoy aproximadamente el 10% de la masa corporal de todos los animales terrestres. ¿A qué se debe su éxito? Precisamente a un conjunto de muy pocas y muy simples reglas, de las cuales emergen estructuras sociales complejas.

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Imagen por werner22brigitte