Por Eduardo Martínez Narváez
En el Museo de Historia Natural de Londres se exhibe un corte transversal del tronco de una Sequoia, el árbol gigante que crece en los bosques norteamericanos.
Éste árbol es una singularidad dentro de la naturaleza ya que puede llegar a superar el centenar de metros de altura, cual rascacielos de madera. Su ciclo vital normalmente abarca varios siglos, milenios incluso, y además a lo largo de ese extendido período su tronco va registrando, a través de los anillos que lo componen, los acontecimientos y sucesos climáticos y ambientales a medida que estos van acaeciendo. Esa información almacenada puede ser analizada mediante técnicas de Dendrocronología, ciencia que se encarga de descifrar ese archivo vegetal de información.
Lo anteriormente descrito configura a la Sequoia como una rareza natural. El sistema Bitcoin es también una singularidad, algo único; solo que en los ámbitos matemático y económico en lugar del botánico. Ahora bien, a pesar de las grandes diferencias que pudieran existir entre ambos, comparten una característica común: cada uno aloja en su interior una base de datos muy valiosa.
Así como la Sequoia va grabando desde que germina y de forma indeleble en su tronco lo que va ocurriendo a su alrededor, de forma análoga los mineros van consolidando en la cadena de bloques todas y cada una de las transacciones que se van sucediendo a lo largo del tiempo, desde que se creó el bloque génesis. Propiedades comunes, solo que una desarrollada por la madre naturaleza y otra por la mente humana y su capacidad de razonamiento.
¿Es posible que Satoshi Nakamoto se haya inspirado en los anillos troncales de la Sequoia cuando diseñó la cadena de bloques? No lo sabemos, pero tanto si lo hizo como si no, el problema de la preservación de esa base de datos, que en el caso del tronco de cada Sequoia es naturalmente efímera y frágil, fue resuelto por Nakamoto de forma magistral al establecer que el registro de datos que recoge el sistema Bitcoin, la cadena de bloques, sea perenne, inmune al paso del tiempo y prácticamente indestructible, al estar distribuida entre todos los integrantes de la red Bitcoin. Los anillos pasan a ser los bloques donde queda almacenada para el resto de los tiempos la información recogida.
¿No es fascinante la forma en que el raciocinio humano, utilizando modelos básicos que la naturaleza viene desarrollando desde hace millones de años, perfecciona esos procesos y da lugar a maravillas como ese tronco de Sequoia formado por ceros y unos llamado Bitcoin? Es hasta perturbador, por la simplicidad del concepto, ver cómo desde el origen de los tiempos la naturaleza contiene y nos ofrece las respuestas a prácticamente todas las situaciones que se nos puedan presentar en nuestra vida cotidiana. Y por eso merece respeto, sea lo que sea eso que llamamos Naturaleza.
Sequoia y Bitcoin. Hombre y Naturaleza. Registros indelebles, ADN y cadena de bloques. De esa historia hablaré en otra oportunidad.