La DAO (“Organización Autónoma Descentralizada” según sus siglas en inglés) no parece ser descentralizada ni autónoma –ni inteligente ni inmutable ni irreversible, al contrario de los que sus apóstoles afirmaban–; parece más bien un contrato común y corriente, pero con una “nota al pie” de mil páginas que solo puede leerse con microscopio electrónico.
