¿Por qué iba Bitcoin o internet a cambiar las actitudes de la humanidad hacia el mundo, y la aplicación de sus habilidades? No hay ningún motivo para pensar que, en estos momentos en los que todavía sigue siendo un pasatiempo para niños de papá, lo iba a hacer. En su libro sobre Bitcoin, el comediante Dominic Frisby – muy atento a las peculiaridades de las personas – nos habla de Bitcoin como un fenómeno que atrae a una enorme variedad de culturas y subculturas. Esto es bueno y señal de que en el famoso código se encuentra una verdad fundamental. También lo que hace es dar una perspectiva sin precedentes acerca de la verdad de estos personajes.
Casi todos los días me encuentro con una nueva noticia en Facebook de un “amigo” acerca de sus vicisitudes como emprendedor Bitcoin. Este obseso usa la red social como una especie de libro de caballerías gay: que si “la adopción”, que si la “legislación amigable”, que si su “hobby es ayudar a la gente”… Lleva meses en juicio porque la policía le cerró el chiringuito de compra-venta de bitcoins, y se queja – vaya si se queja – pero nunca muestra ningún tipo de rabia o reivindicación racional de justicia. Todo es agresión pasiva, flojera sarcástica y alusiones “a ese otro país” donde todo va mejor y hasta luce más el sol. Este “hombre” tiene exactamente el mismo tipo de reacción emocional que tiene una quinceañera con su amiga que le aguanta las historias de celos, y a la que asegura que ahora sí encontró a su novio ideal e incomparable: “de verdad, te lo juro”; lo cual no es coincidencia. Este tipo se supone tiene los conocimientos y la habilidad para trabajar expandiendo los límites de la civilización – pero es idiota.
Y no está solo. Los postmodernistas ya se hartaron de babarse con su sopa insípida de letras, y ahora buscan volver a los valores del progreso por el progreso; volver a prender las brasas requemadas del socialismo. ¿Qué les pasó? Siguen sin revisar su entendimiento del mundo (también conocido como uno mismo) y ahora el mundo les abrió otro campo de batallitas con internet y Bitcoin. De repente, la ayuda desinteresada al prójimo y a “los pobres” vuelve a cobrar sentido; la propiedad colectiva se reencarna en el concepto de “descentralización”; la tecnología es una cosa que nos libera de los problemas del espíritu, etcétera, etcétera y reeccétera. Menos mal que ahora el campo es virtual.
Pero “no es su intención” erguirse en salvadores de nadie, claro, como la URSS “no necesitaba” a sus déspotas. Ellos son todos muy “humildes”, como el amigo feisbukero, cuya actividad con Bitcoin es “sólo un hobby” lleno de inocencia… pero aún te lo recuerdan todas las mañanas de dios. Por eso lo de tanto start up, que hasta llaman – y hacen bien en llamar – “cultura”, pues literalmente se refieren a la actividad de montar empresas: el emprendimiento compulsivo como forma de vida, y la tecnología como nuevo aguinaldo que nadie les pidió. La “cultura startup”… Increible…
La cultura nunca ha servido para nada sino para criar siervos, y ahora no se iba a dar una excepción. En el sitio donde este señor trabajaba había un espacio de oficina, bien céntrico, dedicado a albergar gente con ideas y desarrolladores de software a modo de refugio para mendigos. La comuna informática estaba patrocinada, entre otros, por la embajada de los EE UU, y organizaba eventos con posters muy sexy donde se podía leer “las mujeres son especialmente bienvenidas”.
Como no. La guerra es una mujer. La igualdad por la que lucha nuestro hidalgo soñador es una igualdad de tetas – ¿por eso de que da igual de quién sean? Qué rápido pican y se ponen manos a la obra. Cuando esa es la motivación no es difícil encontrar enemigos imaginarios, ni compañeros de cruzada, ni quien te quiera alistar para dar más fuelle a la hoguera moribunda de las falsedades y la pasión diluida. Ya veremos cuántos de esos emprendimientos sobreviven, y cuántos pueden de veras considerarse beneficiosos para nadie.