Veamos este recorte del periódico San Francisco Chronicle de agosto de 1932:
«Mediante dos enmiendas a la Carta de San Francisco, (el Supervisor) Adolph Uhl procurará la reducción del salario de los empleados municipales y la limitación para ocupar un cargo en la ciudad a solo un miembro por hogar. Las reducciones salariales irían desde un 2,5% para el cargo más bajo hasta un 25% para los salarios de US$ 500 al mes o más.»
Gracias al Calculador de inflación del Ministerio de Trabajo de EE.UU. (BLS Inflation Calculator) sabemos que US$ 500 al mes en 1932 equivalen en la actualidad a US$ 8.680 por mes (alrededor de US$ 104.000 al año).
Imagina el huracán de furia e indignación que se desencadenaría si eso mismo fuera propuesto la próxima vez que los gobiernos locales estén escasos de fondos. Hoy en día nadie propondría un sacrificio para los funcionarios públicos altamente remunerados; la propuesta más popular sería un nuevo aumento de los impuestos para que dichos funcionarios no pierdan sus salarios ni sus beneficios, en detrimento del sector privado.
Esta falta de voluntad para hacer sacrificios por el bien común se ha vuelto endémica, y es el resultado de dos fuerzas sociales muy poderosas:
1- La pérdida de un sentido compartido de propósito o bien social digno de sacrificio.
2- La maximización de las ganancias por cualquier medio disponible como objetivo y meta principal del status quo.
El predominio del objetivo de maximizar las ganancias por cualquier medio disponible deja al status quo en una condición frágil y vulnerable. Debido a que todo el mundo estima que los sacrificios deberían recaer sobre los demás, el único resultado posible es la desunión y el amargo conflicto en torno a sacrificios modestos que son demasiado insignificantes para salvar al sistema del colapso.
El autoengaño, el optimismo irracional y la adhesión ciega a ciertas ideas fallidas también vuelven el status quo frágil y vulnerable. Como señaló Michael Grant en su libro ‘La caída del Imperio Romano’:
No había espacio, en estas formas de pensar, para la situación novedosa, apocalíptica, que de pronto había que enfrentar; una situación que requería soluciones tan radicales como lo era ella misma. La actitud del status quo es la de una aceptación complaciente de las cosas como son.
Esta aceptación era acompañada de un optimismo excesivo con respecto al presente y al futuro. Incluso cuando faltaban solo sesenta años para el final, y el Imperio ya se desmoronaba rápidamente, Rutilio celebraba el espíritu de Roma con una seguridad suprema.
Esta adhesión ciega a las ideas del pasado ocupa un lugar destacado entre las principales causas de la caída de Roma. Quienes estaban lo suficientemente cautivados por ciertas ficciones tradicionales no veían razón alguna para tomar las medidas prácticas de primeros auxilios que la situación exigía.
La creciente dependencia de la deuda, las tasas de interés artificialmente bajas y la prestidigitación financiera también hacen al status quo extremadamente frágil. Cuando la deuda se torna impagable y bajar aún más las tasas de interés ya no aumenta el nivel de endeudamiento, la fiesta se acaba.
La ilusión es que podemos pedir prestado sumas ilimitadas y dejar la carga de la deuda a las siguientes generaciones, sin que esto traiga consecuencias negativas. Pero una vez que el sistema depende del endeudamiento masivo, se vuelve muy sensible al impago, ya que el consumo se derrumba cuando los consumidores ya no pueden endeudarse para consumir, y las burbujas de activos basados en deuda (bonos, hipotecas, préstamos estudiantiles, préstamos para automóviles y otros préstamos de alto riesgo, etc.) estallan.
Si piensas que esta implosión inducida por un ligero descenso en el endeudamiento es algo absurdo, por favor observa este gráfico que muestra la evolución del crédito: ese pequeño tambaleo en 2008 casi provoca el colapso de todo el sistema financiero mundial.
Cualquier reducción modesta de la deuda, los ingresos fiscales, el consumo o el nuevo endeudamiento destrozará el status quo.
Por Charles Hugh Smith Leer texto original, en inglés