Sabemos que las nuevas tecnologías pueden desencadenar transformaciones notables en un sistema económico. Pero una nueva tecnología no será capaz de inducir un cambio radical si no incrementa de alguna manera la productividad (o levanta las barreras a la productividad) de todas las formas que adopta el capital en tal sistema.
Un gran salto evolutivo requiere algo más que una gran mutación; la mutación tiene que ser además oportuna, y afectar a un instrumento que pueda, a su vez, afectar a todos los demás instrumentos. ¿Se entiende a lo que apuntamos?
El rol de la moneda es lo suficientemente general como para cambiarlo todo. Nuestros amos lo han sabido siempre; por eso nos han enseñado que el monopolio sobre la moneda es algo natural; por eso han entorpecido la verdadera innovación en la materia…
Las monedas reglamentarias continúan hoy atadas a los estados, de modo que los jefes de cada tribu siguen teniendo el poder de erosionar su valor, de obligarnos a utilizarlas, de resolver cómo y para qué debemos utilizarlas, etc. De ello deriva una situación curiosa: mientras las nuevas tecnologías proliferan a nuestro alrededor, vivimos en un estado de incertidumbre económica digno de la edad de piedra.
Hasta la creación de Bitcoin, las nuevas tecnologías prácticamente no habían alcanzado a la moneda, salvo para transformarla en una herramienta más de control.