Bitcoinlandia dejó de ser hace muchos años esa pequeña aldea en la que todos se conocían, todos habían leído el whitepaper de Satoshi Nakamoto, todos compartían la visión de una moneda p2p para el mundo entero, y todos estaban más o menos de acuerdo en lo esencial.
Con los millones de inmigrantes que fueron llegando en sucesivas oleadas, llegaron también la división y la discordia. Allí donde solía reinar la armonía, empezaron a formarse grupos enfrentados entre sí, dentro de los cuales surgieron líderes con interpretaciones encontradas acerca de la misión que alguna vez había sido común.
Pero no sería justo ni saludable perder el tiempo en lamentaciones por el paraíso perdido. Lo cierto es que cualquier proyecto ambicioso –y no se me ocurre un proyecto más ambicioso que el de Satoshi Nakamoto– ha de afrontar tales conflictos al toparse con los primeros indicios de que el éxito –para sorpresa de amigos y enemigos– es posible.
Recordemos, además, que en Bitcoinlandia contamos con dos mecanismos pacíficos para la resolución de disputas: el consenso basado en el poder de cómputo distribuido y económicamente incentivado, y el fork del software. El primero es un legado de Satoshi; el segundo siempre está disponible como último recurso para rescatar el proyecto original y prevenir así el triunfo de la fuerza bruta.
De todas formas, en un escenario tan confuso como el actual no es difícil caer en toda clase de trampas. Bitcoinlandia pasó de ser un amigable bosque habitado por una comunidad intencional, a ser una jungla llena de oportunidades pero también de peligros ocultos, y harías bien en tomar nota del cambio.
Te sugiero que prestes atención a este catálogo de personajes de Bitcoinlandia. Podrías estar a punto de ser víctima de alguno de ellos, o peor aún, podrías estar convirtiéndote en uno de ellos…
El estatista
Convencido de que todos los problemas pueden resolverse otorgando más poder al gobierno de turno, festeja la imposición de regulaciones como si la propia existencia de Bitcoin dependiera de su reconocimiento estatal. Idealmente Bitcoin será, en su opinión, tan inútil como el dinero fiat que hoy nos obligan a usar. ¿Satoshi Nakamoto? Un soñador. Eslogan: ”¡Madura de una vez!”
El místico
Dinero electrónico p2p no es suficiente; para él, Bitcoin es un ente espiritual con voluntad propia que actúa de manera misteriosa. No trates de entenderlo; solo recíbelo en tu corazón. Eslogan: “¡A Bitcoin no le importa tu opinión!” (Lo cual es cierto, aunque nunca he visto a nadie argumentar lo contrario).
El relativista
Todos tienen razón; nadie tiene razón; tener razón no importa, o quizás sí. Cualquiera de estas tres –o cuatro– aseveraciones puede ser arrojada por el relativista en el fragor de cualquier debate. Incluso puede arrojarlas de manera sucesiva en un mismo debate, en el orden que le convenga, y hasta todas juntas para lograr máximo efecto. Eslogan: “No es tan así”.
El megalómano
Bitcoin es lo que él quiere que sea, y si no estás de acuerdo tendrás que vértelas con sus abogados. No importa si está equivocado, lo importante es que nadie pueda contradecirlo sin temor a un juicio. ¿Quieres invertir tus recursos, tu tiempo y tu esfuerzo en un nuevo crypto-emprendimiento? Lo lamento: tendrás que pedirle permiso a él, porque todas las ideas que han pasado por tu mente ya las tiene patentadas. Eslogan: “Te veo en la corte”.
El tecnócrata
Bitcoin es lo que él quiere que sea, y si no estás de acuerdo te expulsará de todos los dominios que su organización ha ocupado (foros, revistas, repositorios, etc.) y que ahora gobierna con mano de acero. Eslogan: “El código (entiéndase: su opinión) es ley”.
El fundador compulsivo
¿Para qué construir algo duradero sobre una base sólida, si es mucho más rentable construir un castillo de naipes sobre cualquier superficie que tengas a mano? El último whitepaper del fundador compulsivo contiene el secreto que, a cambio de una módica suma de dinero, nos abre las puertas –esta vez sí– al definitivo crypto-nirvana… al igual que todos sus anteriores proyectos, y todos los que vendrán. Mientras haya gente dispuesta a pagar la estadía en sus castillos de naipes por el tiempo que estos permanezcan intactos, él seguirá saltando de un proyecto a otro, huyendo de sus promesas como un donjuán bipolar. Eslogan: “No has visto nada”.
El buscador de riqueza instantánea
Leyó en algún periódico que el precio del bitcoin iba a subir, y esto lo motivó a emprender una profunda investigación que consistió en ver dos videos de Youtube, los cuales confirmaron aquello que había leído en el periódico. Pasará de la euforia a la depresión cuando el precio se empeñe en contradecir a su youtuber favorito. Eslogan: “¡Este asunto de la inversión es fácil!”.
El analista técnico
Sin perder el tiempo siquiera en videos de Youtube, pasa directamente a la acción guiado por una línea en un gráfico. Si de acuerdo a su interpretación la tendencia es alcista, comprará; caso contrario, venderá. En el mejor de los casos no perderá mucho dinero. Pero no le preguntes qué es lo que ha estado comprando y vendiendo: primero porque no lo sabe, y segundo porque en rigor nunca compró ni vendió nada, pues nunca tuvo el control de las monedas que han estado a su nombre en alguna plataforma. Eslogan: “Podría subir, aunque también podría bajar”.
El estafador
Como el tiburón, huele a sus víctimas a kilómetros de distancia y las destripa con admirable facilidad. Por desgracia, las víctimas se renuevan constantemente, y dado su perfil psicológico rara vez prestan atención a las advertencias de los sobrevivientes. Eslogan: “¡No te quedes afuera!”
El troll
El objetivo de los trolls es confundir, fastidiar, sembrar la discordia y, finalmente, desmoralizar. Por lo general a sueldo de oscuros intereses políticos, también los hay que disfrutan de hacer daño y no piden nada a cambio de sus frecuentes intervenciones. Los primeros son simples mercenarios incapaces de ganarse la vida de otra manera; los segundos son psicópatas con tendencias sádicas, aunque demasiado cobardes como para enfrentarse a otro ser humano sin escudarse en el anonimato. Ambos merecen nuestra compasión por la vida miserable que llevan, pero dicho sentimiento no debe distraernos a la hora de neutralizar el daño que pretenden infligir. Eslogan: “lol”.