Todavía no sabemos si los responsables de MyCoin (ver noticias de ayer) efectivamente perdieron o robaron bitcoins, o bien se trató de un simple y clásico esquema Ponzi que prometió ganancias extraordinarias a los incautos que les confiaron su dinero –en cuyo caso en realidad MyCoin no ha hecho más que recaudar el dinero fiat de sus víctimas–. Todo indica que lo cierto es esto último, pero nada impedirá que los reguladores estatales vuelvan a regurgitar las frases a las que ya nos tienen acostumbrados: «Es necesario proteger a la gente de Bitcoin»; «La tecnología detrás de Bitcoin es interesante pero Bitcoin puede ser peligroso», entre otras idioteces por el estilo. En cualquier caso, aprovechemos esta oportunidad para recordar que, aunque Bitcoin ha llegado para poner fin a la mayor estafa de la historia –el dinero de curso forzoso–, los estafadores no se extiguirán por obra y gracia de Satoshi.
Fuente: realvirtualcurrency.com
Hay muchas cosas en las que los economistas de las distintas escuelas disienten, pero hay algo en lo que parecen estar de acuerdo: los incentivos importan.
¿Qué es un incentivo?
Según el diccionario, un incentivo es «algo que alienta o motiva a alguien a hacer algo». Pero cuando esto resulta en un daño, ¿qué podemos hacer para evitarlo?
Toda transacción involucra la entrega de un producto a cambio de algo que alguien más está dispuesto a pagar por ese producto. En una economía de mercado, entonces, un estafador debe convencer a alguien de que su producto es preferible a una determinada cantidad de dólares.
Lamentablemente, a menudo los estafadores ganan: una viuda usa los ahorros de toda su vida para ayudar a su «novio» de internet a pagar una fianza; un hombre compra feromonas para atraer a las mujeres; una persona se inscribe en un curso de 4 semanas que resolverá todos sus problemas.
La estafa es una actividad basada en incentivos. Mientras haya gente dispuesta a desprenderse de su dinero a cambio de un cuento, habrá quienes inventen historias para cubrir dicha demanda.
En las calles de Marrakech abundan los estafadores y los carteristas. Ellos te mirarán a los ojos, te prometerán la luna, se ofenderán por el precio que has ofrecido pagar por su producto más preciado, y probablemente le harán un guiño a un familiar para que te robe la cartera mientras miras la mercancía.
Los estafadores estafan. A eso se dedican. Ya sea en una calle de Marruecos o en una avenida de Londres, un estafador estafará mientras pueda.
Entonces, ¿qué pasa con los estafadores cuando el mercado pasa de estar en una calle adoquinada al piso 50 de un edificio? ¿Puede continuar la estafa? ¿Acaso no deberíamos esperar el mismo comportamiento?
Lo propio del estafador es hacer todo lo posible para ocultar su condición de estafador, tanto en Marrakech como en el último piso de un rascacielos neoyorquino. Si crees que algo esencial ha cambiado en las oficinas de las industrias altamente reguladas, es muy probable que tú estés siendo la víctima.
Recuerda: la mejor estafa es la que no se ve.