¡Es la moneda, estúpido!

 

*Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.

Los enamorados de “la cadena de bloques” siempre están descubriendo nuevos espacios a punto de sufrir “cambios radicales” gracias a la introducción de esta singular base de datos. Al igual que los enamorados de la “inteligencia artificial”, parecen convencidos de que no habrá actividad humana a salvo de la cuasi mágica influencia de lo que a sus ojos es poco menos que una panacea tecnológica. En un tono profético no exento de ribetes amenazantes, a menudo se los oye decir cosas tales como “será un antes y un después…”, “la tendencia es inexorable…”, o “espera y verás”…

Sin embargo, nunca nos explican muy bien cuáles son las necesidades humanas concretas que catalizarían el advenimiento de ese nuevo mundo, ni en qué consisten exactamente sus beneficios. Nunca nos aclaran por qué, digamos, a un farmacéutico o a un verdulero les convendría adoptar una “cadena de bloques” para demostrar el origen y la calidad de sus productos. ¿Acaso la cadena de bloques no es capaz de almacenar información falsa? ¿Acaso no puede ser un perfecto registro distribuido e inmutable de mentiras?

La cadena de bloques solo garantiza la integridad e inmutabilidad de los datos que contiene, no su veracidad, y lo hace siempre y cuando la estructura de incentivos que la protege se mantenga intacta.

Muchos tecno-utopistas fascinados con “el potencial de la cadena de bloques” han olvidado –o quizás nunca supieron– que la cadena de bloques fue específicamente creada para hacer posible la existencia de dinero en efectivo (cash) digital peer-to-peer. Hablar maravillas de la cadena de bloques independientemente de la moneda que es su razón de ser, y que incentiva su protección por medio de la minería, es tan descabellado como hablar maravillas del motor de un automóvil independientemente de si es capaz de hacer girar sus ruedas.

No es posible separar la utilidad de la cadena de bloques de la utilidad de la moneda a la que ésta sirve, y no es posible separar la utilidad de la moneda de la prueba de trabajo que impide tanto su distribución arbitraria como su falsificación. Pero puedes insistir en ello con la elocuencia de un Demóstenes y no lograrás detener –ni siquiera desalentar parcialmente– a los tecno-utopistas hechizados por las palabras de moda: ellos jamás permitirán que la verdad les estropee una agradable quimera, o que haga mella en la popularidad que han sabido labrarse entre los devotos de “la cadena de bloques”.

Es lo que tienen las modas: se imponen aunque sean grotescas. Y cuando finalmente pasan, la gente prefiere olvidar que alguna vez cayó bajo su influjo.

La creencia en la cadena de bloques como solución universal es una de las modas más curiosas de los últimos años. Tanto que uno se ve tentado a pensar que ha sido deliberadamente fomentada con el propósito de alejar a la gente de las verdaderas soluciones. Nótese que los devotos de la cadena de bloques, hipnotizados como están por vagas y enigmáticas promesas, permanecen al mismo tiempo indiferentes a una solución concreta –probada, justa, eficiente– a uno de nuestros problemas más graves y acuciantes, aunque la tengan ahí mismo, en su campo visual, inherentemente ligada a su fetiche tecnológico.

Si te pones a pensar en ello, el único producto que funciona realmente mal –el único que no cumple con sus funciones más elementales– en el mundo desarrollado de hoy, es la moneda. Lo que es de esperar, dado que la institución moneda se halla completamente dominada por un monopolio estatal protegido con toda la fuerza de la ley.

Estatiza los servicios médicos y, con el tiempo, tendrás demoras de meses o años para llegar a un diagnóstico; estatiza los medios de transporte y, con el tiempo, tendrás millones de personas circulando por las calles como sardinas enlatadas; estatiza la producción de alimentos y, con el tiempo, tendrás hambrunas…

Estatiza la moneda y, con el tiempo, tendrás inflación, distorsión de precios relativos, endeudamiento a expensas de las generaciones futuras, desviación de recursos hacia manos corruptas e improductivas, manipulación del crédito con fines políticos, crecimiento de la población dependiente en detrimento de la población productiva, crisis económicas cíclicas, etc. etc.

Todo lo demás parece funcionar entre muy bien y razonablemente bien en el mundo desarrollado. Pero no nos engañemos: nada ni nadie se libra de la constante amenaza que supone la mala moneda. Mientras la moneda permanezca unida al Estado, seguirá pendiendo como espada de Damocles sobre todas las conquistas de la civilización.