*
Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.
*
La misión fundamental de los guardianes de la pirámide puede resumirse en una única consigna: destrozar la red antes de que esta alcance ciertas dimensiones –o, en su defecto, secuestrarla para sus propios fines–. Mientras logren impedir la conquista de una masa crítica de usuarios, estarán a salvo, pues del éxito de los guardianes en su labor destructiva depende que la pirámide conseve su razón de ser ante los ojos del vulgo.
Es necesario minar la confianza en la red y entre los propios integrantes de la red, precisamente porque esta, a diferencia de la hechicería dirigista, realmente funciona (realmente promueve soluciones a los problemas, en lugar de rituales destinados a encubrir la ignorancia, disimular el abuso y mitigar la frustración). De su poder organizador dan cuenta instituciones tales como el lenguaje, el dinero, el derecho y, más allá de lo específicamente humano, fenómenos como la vida misma.
La red es una fuerza de la naturaleza; dinámica, abierta y auto organizada, admite jerarquías que siempre se hallan sujetas a competencia con otras estructuras, estrategias, paradigmas… y a la indómita influencia del polen viajero. En oposición a ella, el estatismo de la pirámide solo admite jerarquías aisladas y anquilosadas, que dependen de la constante amenaza de violencia para mantenerse vigentes.
En respuesta a los esfuerzos de los guardianes, el fantasma de la red muta constamente; crece, se divide, cambia de forma y se conecta de maneras inesperadas e imprevisibles, siempre buscando la tan temida realimentación positiva entre el número de sus integrantes y las ventajas de integrarse.
A mayor número de usuarios, mayor valor tiene la red, lo que a su vez aumenta su atractivo para los que todavía no se han integrado. Así es como la red crece hasta alcanzar una masa crítica de usuarios, momento a partir del cual su poder transformador ya no puede ser ignorado. El incremento del número de usuarios entra entonces en una fase tan rápida que a simple vista parece vertical; y nadie sabe –para desgracia de los adictos al control de seres humanos– exactamente qué es lo que nos espera al otro lado de esta curva sigmoidea.