*Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.
“Ampliamente aceptado” es la propiedad más difícil de adquirir para un medio de intercambio, pero una vez adquirida también resulta ser la más difícil de remover. Es fácil entender por qué la propia adopción de una moneda motiva aún más adopción, como ocurre en el caso de los sistemas operativos, los protocolos de comunicaciones o las redes sociales. Menos obvio es otro fenómeno que explica la peculiar potencia del efecto de red en la órbita monetaria, a saber: a medida que aumenta la adopción de una moneda también aumenta el costo de oportunidad de migrar a otras monedas.
Podemos elegir una determinada red social y un determinado sistema operativo porque los consideramos mejores o más convenientes que las alternativas disponibles. Incluso podemos usar simultánea o sucesivamente diferentes sistemas operativos y redes sociales sin más costo de oportunidad que el tiempo que nos lleva aprender a usarlos –aquí no hay mucho en juego–. Ahora bien, digan lo que digan los criptofilósofos que insisten en ignorar los principios de la ciencia monetaria, la coexistencia de diferentes monedas nunca será tan plácida.
Cuanto más ampliamente aceptada, más útil es una moneda, y por lo tanto más crece su adopción a expensas de las demás monedas. A expensas, digo, porque lo que define si una moneda es mejor que otra es, precisamente, que más gente está dispuesta a aceptarla. Mientras cualquier otro protocolo de comunicación podría servir a un grupo reducido de seres humanos, una moneda que usan pocas personas –y cuya adopción no está creciendo en virtud de sus extraordinarias ventajas– es, por definición, una mala moneda.
Elegir mal una moneda conlleva un costo de oportunidad enorme, concreto y palpable. De ahí el incentivo para adoptar la moneda más líquida, lo que contribuye a la retroalimentación de un efecto de red que sigue desplegándose hasta que la moneda más líquida desplaza a todas sus competidoras.
Así ocurrió con el oro, y así está ocurriendo con Bitcoin, solo que mil veces más rápido. ¿Por qué? Porque en esta era de comunicación instantánea y global la red ya está ahí: no hace falta construirla; es cuestión de aprovecharla, y hasta ahora el comercio electrónico no ha sido más que un experimento limitado a una fracción mínima de la población mundial, tan restringido por el peso de un sistema monetario y financiero moribundo que, aún contando con la infraestructura de comunicaciones que nos permitiría transmitir valor a casi cualquier rincón del planeta, muchas veces nos resulta más ventajoso comerciar como lo hacían nuestros ancestros.
Pero mal que le pese a las castas gobernantes, no se puede abrir un canal de comunicación e impedir que sea utilizado para el comercio. Internet no iba a permanecer indefinidamente como una gran plataforma para compartir videos de gatos graciosos.
Imagen por geralt/Pixabay