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Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.
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Por razones que ha explicado muy bien Andreas Antonopoulos, la red “tonta” (aquella basada en un protocolo con unas pocas reglas muy simples) tiende a superar tarde o temprano a la más inteligente de las redes. Es como ese niño raro, poco sociable y obsesionado con un tema que a nadie más le interesa, que unos años más tarde sorprende al mundo con una creación que se torna imprescindible para millones de personas, mientras el niño mimado de las maestras, el más deseado por sus compañeras, el más envidiado por sus compañeros, el que todas las madres quieren de yerno, el que… bueno, se entiende la idea… acaba en una oficina gris, cubierto de papeles y contando monedas para llegar a fin de mes.
Los partidarios de la planificación central siempre están promoviendo la adopción de una gran solución “inteligente” para todo tipo de problemas –ese Gran Salto Adelante que es en realidad un empujón hacia el abismo–. Convencidos como están de que saben lo que es bueno para nosotros, no dudan en reclamar para sí privilegios, exenciones, poder de veto y todo lo que sea necesario a fin de neutralizar el peligro que representa –para ellos– la innovación no autorizada. Según su visión mecánica de la sociedad, al resto de los mortales nos toca acomodarnos de alguna manera al sistema que ellos controlan.
Los “tontos”, en cambio, reconocen que no tienen todas las respuestas; por lo tanto, huyen del centro. En lugar de tomar decisiones por nosotros, nos ofrecen plataformas inespecíficas, para que los propios usuarios participemos en la solución de nuestros problemas. Afortunadamente, el “tonto” que inventó la rueda no retuvo el poder de decidir cómo iba a ser utilizada su invención, y es gracias a ello que hoy podemos gozar de todas las capas de innovación que luego fueron siendo incorporadas a los diferentes rodados. Desde la noche de los tiempos, aquel buen hombre tan solo nos dice que la pieza en cuestión debe conservar cierta forma, independientemente de si va a ser colocada en el eje de un Formula 1 o en el de una carreta.
Los “tontos” de esta clase privilegian la estabilidad y la predictibilidad; son humildes, prudentes y aplicados, además de creativos, perseverantes y… ¿no deberíamos entonces dejar de llamarlos tontos? ¡Por supuesto! Y también deberíamos dejar de llamar inteligentes a los que ignoran su propia estupidez.