Bajo el sistema de dinero de curso forzoso, estamos obligados a confiarle nuestro dinero a fondos de inversión (o bien aprender a elegir títulos negociables), a contratar asesores, abogados, contadores, gestores, y a hacer toda clase de piruetas financieras… tan sólo para aspirar a – en el mejor de los casos – conservar el poder adquisitivo que hemos ganado con sangre, sudor y lágrimas.
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De no ser por la perpetua devaluación del dinero de curso forzoso… ¿cuántas personas dedicarían su precioso tiempo al estudio de aquellas inversiones que no estuvieran directamente relacionadas con su propia carrera o empresa? Toda esa energía consagrada a “ganarle” a la inflación (presente o futura) es energía robada a la clase productiva. Para el conjunto de la economía, esto significa – entre muchos otros males – desperdicio de recursos, oportunidades malogradas, productividad no alcanzada, bienes que nunca llegarán a materializarse y servicios que nunca serán prestados.
Conservar lo propio – algo tan simple, tan justo, tan necesario – se ha transformado en una ciencia oculta, en torno a la cual proliferan los expertos. Pero no necesitamos expertos; para alcanzar la prosperidad (individual y socialmente) lo único que necesitamos es que nos permitan disponer del fruto de nuestro trabajo.
Leer la segunda parte de «Bitcoin y la libertad financiera»
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