Bitcoin, como señalan hasta sus enemigos, premia el ahorro. El ahorro, como saben hasta los niños que juntan monedas en un chanchito, es condición indispensable para la inversión. La inversión, como admiten hasta los marxistas, permite adquirir y aprovechar el capital, y como entienden hasta los keynesianos, impulsa la productividad – que es, a su vez, la explicación misma de la prosperidad.
No hay magia, sino conducta humana perfectamente racional, en cada uno de dichos eslabones. Si un sistema mantiene alineados los incentivos individuales, todos cumplirán de muy buen grado con las reglas establecidas, ya que el costo de violarlas excedería ampliamente a los beneficios potenciales.
En cambio, en un sistema que determina incentivos económicos contrapuestos (como el sistema monetario vigente: coactivo, centralizado, vertical, inflacionario), la conducta humana perfectamente racional no derivará en prosperidad sino en pobreza para el conjunto: «¿para qué ahorrar si mis ahorros pierden valor?»; «¿para qué esforzarme si puedo vivir del esfuerzo ajeno?»; etc.
Imponerle a un tercero los costos de un conflicto, un negocio o un contrato, con el fin de satisfacer a las partes involucradas, es algo tan inmoral como socialmente destructivo. Sin embargo, eso es todo lo que podemos esperar del estado.
Pero el inicio del uso de la fuerza no es – ni ha sido jamás – necesario ni justificable.
Y ahora, para la economía que florece bajo las reglas de Bitcoin, tampoco es ni será posible.