‘Ascenso y ascenso de Bitcoin’ es un documental excelente, y muy representativo del estado de la humanidad en términos de desarrollo moral. Verlo fue algo casi indistinguible de ver una película de ficción para mí. Esto es no sólo por la magnitud del fenómeno Bitcoin en sí mismo, sino también porque captura in situ muchos sucesos y situaciones clave en la historia de la criptomoneda. Se puede ver la subida y la caída de emprendedores y pioneros como Jered Kenna (fundador de Tradehill) y Charlie Shrem (BitInstant); oír sus opiniones, sentir sus emociones, y asistir tanto a sus celebraciones como a sus lamentaciones. Se puede ir a la casa de Gavin Andresen y escucharle hablar de su fascinante ocupación como desarrollador jefe, de su relación con Satoshi y la CIA…
El personaje principal es Daniel, hermano del director, Nicholas Mross. Daniel es un informático de profesión que comienza a minar bitcoins allá por 2012 y que representa al early adopter llano y relativamente confiado del éxito a largo plazo de la empresa monetaria. Es comprensible que, desde esta perspectiva, los realizadores pudieran adelantarse a los acontecimientos y conseguir un material videográfico tan privilegiado. Otro símbolo de su carácter de “manos fuertes” es el logo de la película: el puño alzado con una moneda Bitcoin; si bien la otra interpretación de esto está relacionada con la moraleja del documental: “Bitcoin es de todos”.
¿Dónde habremos escuchado eso antes? … Bitcoin no puede ser “de todos”, sino de algunos. Bitcoin es precisamente el enemigo de toda ideología colectivista que no distingue entre seres humanos que respetan la integridad física, propiedad y decisiones de otros seres humanos – empezando por los niños, obviamente – y seres humanos que no la respetan. De hecho, las penurias que pasan estos precoces emprendedores probablemente se deben a su propia acción inconsciente y temeraria; porque, como se ve en el documental, no acaban de comprender la naturaleza inmoral de los gobiernos (“Tienes que respetar las reglas del juego o te cerrarán e irás a la cárcel” dice un Jered Kenna con alguna que otra copa encima). Del mismo modo los realizadores transmiten la santidad de la familia, de donde sale la de los gobiernos (“Bienvenidos a Free State Project, donde hay libertad y familias…” dice otro al que se le escapa una curiosa dicotomía conceptual). De esas cosas “no se habla”, y este documental no iba a ser una excepción a la fiesta de confusión moral que seguimos teniendo en el patio.
“Yo le apoyo…”, dice la mujer de Daniel, que se enfada porque los equipos mineros le calientan el sótano. “¡Podré ir al college porque papá minó muchos bitcoins!”, pone Daniel en boca de su hijo; a lo que el hijo responde: “¡Papá minó muchos bitcoins!”, en perfecta interpretación racional y resistiéndose a convertirse en otro proyecto de su padre.
Si “Bitcoin es de todos”, ¿por qué no nos lo dejan gratis, en lugar de hacerse emprendedores? Y no es que algunos idiotas por ahí no estén ya regalando bitcoins para “facilitar la adopción”. ¿Acaso las monedas fiat no nos las venden de la misma manera? Obviamente no saben lo que dicen, y nada más enseñan la cicatriz de la que brotan los gobiernos y sus símbolos en cualquier escala de la existencia humana, con o sin Bitcoin. Son emprendedores, en el sentido opuesto al de un inversor Bitcoin, que entiende las características reales del producto que maneja.
Aun así, uno no puede dejar de admirar su tenacidad y determinación, y el importante papel que inevitablemente desempeñan dentro de su comprensible confusión. Jered Kenna, desde su oficina vacía tras verse obligado a cerrar, nos habla precisamente de cómo el individualismo duro de Bitcoin acaba demostrando la absoluta invalidez de los gobiernos de manera empírica: “Puedes decirle a Hacienda que perdiste tu clave… Y si realmente la pierdes, ¿cómo lo declaras para la deducción de impuestos? Va a estar interesante…”.
Interesantísimo.
Imagen por DasWortgewand