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Si no podemos entender qué es la moneda, estamos condenados a ver en ella lo que se nos antoja ver; a proyectar nuestros deseos, nuestros prejuicios o nuestros temores más profundos en algo inerte, como hacen los animistas en la selva recóndita.
La moneda es una herramienta utilizada con fines que los lectores habituales de elbitcoin.org conocen bien: facilitar el intercambio indirecto y la preservación del valor, además de servir como unidad de cuenta. El poder coactivo que tantos le atribuyen a la moneda no es más que una ilusión, como el poder que los misóginos atribuyen a las mujeres, o los antisemitas a los judíos.
Quien usa dinero – por definición – está negociando. En otras palabras: si el dinero es mi única herramienta y no me he ganado tu consentimiento, no hay nada que yo pueda hacer para controlarte. A diferencia de otras herramientas, como las que usan los mafiosos para imponer su voluntad, el dinero sólo ayuda a lograr objetivos por medio de acuerdos mutuamente beneficiosos.
Con dinero no puedo quitarte nada que tú no quieras darme – algo que sí puedo hacer, por ejemplo, con una escopeta. Puedo usar dinero para comprar una escopeta, claro, pero sólo puedo obligarte a hacer algo si te apunto con mi escopeta, no con mi dinero. Con mi dinero podría intentar persuadirte, nunca forzarte.
Usar (el propio) dinero es, en definitiva, lo opuesto a usar la violencia – de hecho, es una manera de impugnar la violencia. Por eso la institución moneda es el blanco predilecto de la intervención estatal. Y por eso Bitcoin – la moneda a prueba de monopolios – hará temblar a quienes hoy, escudados tras el monopolio de la fuerza, nos exigen obediencia a punta de pistola.
Ver Bitcoin, la respuesta del mercado al control de capitales