Es curioso el vínculo que nos une a nuestros cybercompañeros de viaje. A pesar de no tener más referencia de ellos que un alias y una serie de comentarios, a menudo nos inspiran una suerte de familiaridad que no parece del todo justificada. Es como si la imaginación se apresurase a llenar los espacios que deja tan escueto armazón.
Eso experimento cuando leo a Palamedes, personaje conocido en estos lares por su costumbre de engalanar con impecable prosa el caótico espacio destinado a los comentarios. No puedo evitar representármelo como una figura patriarcal, un hombre maduro, culto, y con un profundo conocimiento del alma humana. Un hombre, por lo tanto, desprovisto de vanas esperanzas, aunque no por eso distanciado de las cosas de este mundo; quizás tentado a encerrarse entre pilas de libros, pero compelido a intervenir en los debates de estos tiempos más por cómo las ideas de hoy afectarán en el futuro a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, que por cómo lo afectarán a él mismo.
Tras apartar el objeto de su reflexión del torbellino que lo hace girar, Palamedes tiene el hábito de examinarlo con calma desde diversos e inesperados ángulos. Cuando uno empieza a leer alguno de sus comentarios, no sabe por qué derroteros –filosofía, historia, impresiones personales– llegará el insight, ese relámpago producido por el contacto entre disciplinas que se niegan a ser del todo subsumidas; pero casi siempre llega y de manera sorpresiva. En cualquier caso, sus escritos están dotados de una belleza que nunca empaña la verdad, precisamente porque está al servicio de la verdad.
Como era de esperar, antes de concedernos el permiso para publicar aquí uno de sus textos en calidad de invitado, Palamedes se apresuró a excusarse por no ser un especialista, sin advertir que lo que valoramos en él no es su talento para detallar lo microscópico sino todo lo contrario: su mirada de halcón. Meros técnicos sobran en Bitcoinlandia; no abunda, en cambio, la capacidad de apreciar el paisaje completo –la capacidad de apreciar la naturaleza multidisciplinaria de Bitcoin–, y esta deficiencia nos deja a merced de tecnócratas, de farsantes, y de tecnócratas farsantes.
Poner el destino de Bitcoin exclusivamente en manos de especialistas en criptografía sería tan descaminado como poner en manos de especialistas en fundición de metales la política monetaria de un sistema económico basado en patrón oro. Si esta comparación te parece exagerada, es porque has perdido de vista múltiples aspectos de Bitcoin, y a causa de ello es probable que pierdas mucho dinero. Así que considera la lectura de estos párrafos de Palamedes –pepitas rescatadas del aluvión de comentarios que ha desencadenado el último post (“Fork de Bitcoin: si no lo entiendes, pierdes”)– tanto una contribución a tu acervo cultural como una contribución a tu bienestar económico.
Si la solución se centra sólo en las mejores opciones técnicas, sin aclarar primero qué se pretende con el bitcóin, no conseguiremos llegar a ningún sitio provechoso o, al menos, novedoso.
A fin de cuentas, veo dos espíritus con los que se entiende al bitcóin. Los unos odian a las oligarquías dominantes (sobre todo a las financieras) y ven en la criptografía una forma de convertirlas en los nuevos parias; los otros queremos librarnos no de esos oligarcas (incluimos a los políticos), sino de lo que ellos hacen: inflar la moneda y tener el control exclusivo sobre ella.
La distinción es muy importante, porque un enfoque u otro requieren distintos medios, esperan distintos fines y no se irritan por las mismas cosas.
Los primeros llegaron hasta el bitcóin imaginando un mundo feliz libre de competencia, superada por el consenso entre los buenos, una colaboración entre los hombres sin mediar el lucro y los precios, y unas prácticas neoasamblearias a través de las nuevas tecnologías.
Los otros vemos en el bitcóin la forma óptima de que el mérito individual se exprese en cifras, de que el mercado funcione limpiamente sin las distorsiones de la manipulación monetaria, de que, en fin, la institución monetaria no sea de nadie, pero el dinero de cada uno sea sólo suyo.
Al primer grupo le satisface que unos oligarcas de nuevo estilo, 3.0., vestidos con camiseta y pantalón chino, expertos en ingeniería informática, hagan con la moneda lo que otros como ellos hicieron con los sistemas operativos, cuando al software privado del siglo anterior le hizo frente uno de código abierto, cuyos ingenieros lo compartían todo (se necesitan aquí anteojeras para no ver que muchos ahora son millonarios). El problema son los banqueros, no lo que los banqueros hacen y, por lo tanto, con cambiarlos por gente más «comprometida» basta.
Otros, sin embargo, no odiamos a quienes hacen algo perjudicial, sino al perjuicio que causan. Por eso no entendemos que se proponga el anotar fuera de la Cadena las transacciones que ya después se volcarán en ella, con el fin de deshacer el atasco y permitir la escalabilidad. Cuando se vuelquen, ¿no habrá atasco?
Yo no entiendo la descentralización como el prosumo de la antigüedad, en donde cada casa era una factoría de todo. La descentralización es la inviolabilidad y exclusividad de la Cadena como registro universal. Si se puede conseguir eso, no me preocupa que sean muchos o pocos, chinos o chilenos los que minen la moneda y rellenen los bloques. No le temo al capital, no les temo a los ricos. Les temo a aquellos que, con la excusa de hacer un bien, tienen la facultad de inflar las monedas que no estén a la vista de todos por el tiempo que sea, pues desterrar la inflación es para mí el fin supremo del bitcóin, no darles a los banqueros con la puerta en las narices, lo que ni me va ni me viene.
Si la ingeniería no puede conseguir que haya moneda con una Cadena pública, inviolable y exclusiva, por mí que no haya moneda.