“La única forma en la que puedes ser bueno,
a no ser que seas un genio, es copiando.
Simplemente roba.”
Ritchie Blackmore, de Deep Purple
Llegó el momento. Todos sabíamos que nuestros amigos los bancos acabarían por verse forzados a ir acercándose a nuestro nexo común, Bitcoin, estudiarlo y reconocer sus cualidades. ¿Pero cómo está siendo ese paso de cortejo público a ese invento que ha venido para terminar con su reinado? Hace menos de un mes saltaba la noticia: 9 grandes bancos de todo el globo se juntaban para “explotar y sacar partido a la tecnología Bitcoin”. Los 9 emprendedores no eran precisamente startups bancarias, sino pesos ultrapesados como: Barclays, Goldman Sachs, JP Morgan, State Street, UBS, Royal Bank of Scotland, Credit Suisse, BBVA y el Commonwealth Bank of Australia.
A pesar del disociado año pasado, en el que las noticias positivas y las grandes inversiones para explorar los beneficios del legado de Nakamoto parecían no causar efecto alguno sobre el precio de la moneda, y de la aparente isla de estabilidad –es un concepto de la física del átomo que nos viene que ni pintado– en cuanto al precio del Bitcoin, que llevamos este año en torno a los US$ 230, la realidad de lo que se está moviendo es mucho más grande de lo que los números relativos al precio de la moneda nos pueden decir. Pero esos movimientos buscan intencionalmente no tener que “mancharse” mucho con el Bitcoin… ¿tiene eso algún sentido? Debe tenerlo para los planes de los banksters.
Debe tenerlo, porque tras esos 9 gigantes se han apuntado públicamente –hace menos de 24 horas que se ha anunciado– a la fiesta otros 13 bancos: Citi, Bank of America, Morgan Stanley, Commerzbank , Societe Generale, SEB, BNY Mellon, Mitsubishi UFJ Financial Group, National Australia Bank, Royal Bank of Canada, Toronto-Dominion Bank, Deutsche Bank y el popular HSBC. ¿Queda alguien que no se haya apuntado al banquete? Parece que están todos y que se lo están tomando muy en serio. Pero la noticia no podía ser feliz y cómoda para el Bitcoin y su comunidad. ¿Estamos los bitcoiners hechos para ser sufridores? ¿Será mayor la recompensa para los que aguantamos cíclicamente muertes de la moneda y agoreras predicciones? ¿Qué ha pasado esta vez?
Un artículo del “MIT Technology Review” lo dejaba bien claro desde su título: “Los bancos adoptan el corazón del Bitcoin, pero no su alma”. En él podíamos leer cómo los bancos quieren tomar posiciones frente a lo genial de la creación de esta moneda, la brillantez de la idea que la sustenta, pero eliminando todas esas pequeñas cosas que están implícitamente incrustadas en el diseño del Bitcoin y que, por intención o simple consecuencia, reducen la capacidad de influencia de los bancos.
Dicho de otra forma: los bancos no quieren a Bitcoin, ellos sólo quieren la Blockchain.
Esto, que no es nada nuevo para los no-profanos, era algo que veíamos venir. Se había especulado con la cantidad de servicios derivados que podían surgir de la tecnología que subyace a Bitcoin, y que muchos de ellos podían ser “construidos” sobre el propio Bitcoin para contar con sus ventajas inherentes: es la Blockchain más fuerte y segura de todas las existentes, la menos susceptible de poder ser atacada o alterada, por su diseño, por el descomunal poder de cómputo que la protege, y por la comunidad existente detrás de ella.
Incluso el Banco Santander, que no está entre los 22 bancos que han decidido organizar su propio lobby criptográfico, reconoce que «el uso de libros de cuentas distribuidos [el esquema Blockchain – Bitcoin] podría ahorrar a las entidades bancarias unos 22.000 millones de dólares al año en costes de infraestructura, a la vez que las haría más eficientes y seguras».
Pero si os fijáis bien en esos anuncios y artículos en los medios, todos tienen en común una cuestión de léxico, que en realidad es bastante perversa: en todos ellos se procura no hablar del Bitcoin como moneda, sino solamente de la tecnología que está “detrás” de Bitcoin. Y ni eso: también les duele hablar de “Blockchain”. ¿Tal vez saben en su fuero interno que Bitcoin=Blockchain, aunque no les haga ninguna gracia?
Ellos prefieren hablar de “libros de cuentas distribuidos”. No les gusta Bitcoin, ni nada que huela a ello, y Blockchain es casi un sinónimo de Bitcoin: lo saben de sobra.
Para ellos Bitcoin peca de dos fallos actualmente –uno de ellos irresoluble, ya que es parte de su esencia– y que son en primer lugar el cuello de botella provocado por la limitación del bloque a 1 MB, que tanta tinta ha hecho correr y hará correr aún hasta que se resuelvan de alguna forma las propuestas para ampliarlo y se alcance un consenso suficiente para poder llevarlo adelante sin destrozar la moneda o a su comunidad. Ese límite implica que no se pueden realizar más de 7 transacciones por segundo: algo claramente insuficiente para una moneda que aspira a destronar a un montón de reyes que están desnudos.
La segunda cosa que no les hace ninguna gracia –y que yo en mi ingenuidad no había podido imaginar– es que Bitcoin no es lo suficientemente privado para los bancos. Que las transacciones con la moneda puedan ser, si eso se quiere, públicas y accesibles a cualquiera, no les gusta nada. Los bancos están acostumbrados a operar sin ojos molestos, y en este punto, la simbiosis con los distintos estados ha funcionado siempre estupendamente: el estado les permite tanta privacidad como quieran, a cambio de que él también pueda echar un vistazo cuando quiera a las cuentas de los clientes. La Blockchain no les vale: ¿cómo vamos a dejar que vean nuestras operaciones?
Asumo que si parten de esa premisa, con el grado de “anonimato” que puede brindar Bitcoin al usuario, es porque ya cuentan con que cualquier modelo de regulación del Bitcoin conllevará que las cuentas estén asociadas a una persona física o jurídica, y que no podrán ser libres si quieren contar con la bendición estatal.
Hay una tercera queja que he encontrado en esos textos, y es la increíble explicación por la que un sistema de mineros distribuidos como el actual, en el que cualquiera puede –con el hardware necesario– unirse a un pool y potencialmente “escribir en la cadena” resulta un riesgo de diseño, ya que cualquiera tiene acceso al sistema y sólo necesita tener suficiente fuerza para poder falsearlo (lo que sería el mítico ataque teórico del 51%). Cuando leo tonterías semejantes, todavía me queda la duda de si es que no lo han entendido bien o si por el contrario es sólo la manipulación de un dato para poder hacer argumentario propio.
¿Por qué? Pues porque estos bancos emprendedores quieren una “blockchain” rebautizada como “distributed ledger” (libro de cuentas distribuido), que según ellos tendría menos riesgos… porque no sería ni pública ni realmente distribuida: serían cadenas contables bajo el control de los bancos, que serían los que tendrían acceso a dicha cadena. No habría acceso para otros que no fueran ellos, convirtiendo (reduciendo) la bellísima idea que engendró a Bitcoin en un simple “update de software bancario” con muchas ventajas para ellos y ninguna aportación útil para la independencia económica de los individuos: un “distributed ledger” entre amigos banksters… para dominarlos a todos. ¿A quiénes? A todos los que seguimos sufriendo la diabólica combinación de la cooperación bancaria con el estado y su coerción.
¿Alguien se imagina una blockchain (o distributed ledger) que pudiera impedir o revertir operaciones obedeciendo a los requerimientos estatales de bloquear, retener o confiscar bienes? ¿Acaso no había nacido Bitcoin para que nuestro dinero fuera nuestro y de nadie más? Sí, Bitcoin sí. Pero los bancos no tienen ninguna intención de que nuestro dinero sea nuestro, y menos mientras tengan la connivencia del estado y su maquina de imprimir billetes: tanto bancos como estado quieren lo mismo, y es que nuestro dinero siga siendo suyo y sólo suyo, que no lleguemos a una independencia económica que ponga en serio peligro la propia existencia del estado tal y como lo conocemos.
Al mismo tiempo, y a pesar del feo panorama mostrado por estos pasos del bank-cártel, son mayoría los que reconocen que Bitcoin sobrevivirá aunque la idea de este grupo de bancos tenga éxito; que permanecerá y crecerá, y que es posible que acabe resultando en una brillante forma de acumular valor y ofrecer la seguridad que los falsos sistemas distribuidos como los pensados por los bancos (son en realidad sistemas centralizados en un grupo de accionistas o socios) no podrán ofrecer a aquellos que, por una razón u otra, no quieran tener nada que ver con el sistema bancario y los controles asociados que conlleva. La protección de la rapacidad estatal es para muchos la principal razón para usar Bitcoin, y no parece que esos bitcoiners vayan a disminuir en número en el futuro, sino más bien lo contrario ante un escenario de fracaso económico global y de estados confiscatorios que ya sólo pueden sobrevivir a base de esquilmar a sus ciudadanos.
Bitcoin es la respuesta que nació frente a ese desolador panorama.
Bitcoin no vino a traer la paz, sino la espada.
Y aquí tenemos otra batalla: la de luchar contra la invisibilidad a la que nos quieren someter, eliminando palabras como Bitcoin o Blockchain y sustituyéndolas por eufemismos de mal gusto y poco recorrido, pero que sirven para confundir al lego y al poco conocedor.
Bitcoin seguirá siendo la moneda –y el protocolo– asegurado por sus propios usuarios, y sometido exclusivamente a sus propias reglas (que los usuarios aceptan voluntariamente).
Por el contrario, la opción que ellos proponen está muerta antes de nacer: por mucho que se empeñen en llamar “distribuido” un libro de cuentas inter-banksters, su estructura es la de un sistema centralizado. La moneda –o protocolo– de los bancos, será digital, pero es peor aún que el papel moneda con el que hoy día nos siguen estafando.
Preste atención a las palabras; el lenguaje crea y modifica la realidad que percibimos.
Y entre otras cosas, nuestro concepto de libertad y su amplitud real.
Que no se lo arrebaten.