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Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.
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Para que los beneficiarios de los programas gubernamentales permanezcan sumisos, fieles y obedientes como buenos perros de circo, los bienes y servicios que reciben deben ser vistos como milagros derramados sobre ellos merced a la infinita generosidad de sus adiestradores –jamás como frutos del mercado–. “No tenemos nada en contra del mercado”, dicen los dueños del circo, “siempre y cuando se admita que su buen funcionamiento depende de nuestra supervisión, sea o no solicitada”.
Las autoridades gubernamentales pueden ser muy tolerantes con la población productiva –a la que ven como ganado humano a su servicio–, pero si hay algo que no pueden darse el lujo de perdonar es que se cuestionen los basamentos de su poder. La mera insinuación de que la legitimidad del poder coactivo podría –quizás, a lo mejor, quién sabe…– ser algo discutible, despertará explosiones de histeria dignos de los tiempos de la Santa Inquisición.
Y es que los herejes –esos agitadores que siempre han amenazado la integridad de la pirámide– son hoy más peligrosos que nunca. Tras milenios de elaboradas justificaciones hundidas por el peso de su propia incoherencia y enterradas por el examen crítico, el poder coactivo se ha quedado sin excusas, y los habitantes del ápice tiemblan ante la posibilidad de que su poder finalmente luzca desnudo en toda su brutalidad.
Ya nadie acepta el argumento de que Dios allí los quiere; ya nadie cree en la sangre azul, ni en la mística expresión de la “voluntad del pueblo” a través de un líder espiritual; y el pretexto de las mayorías como garantía de legitimidad se tambalea en sus últimos pasos, como un borracho fuertemente armado que, herido, sale de un bar dejando atrás un reguero de cadáveres.
Hoy más que nunca, la pirámide existe bajo el terror y la constante amenaza de las redes que espontáneamente se forman en sus dominios. Los guardianes de la pirámide saben que cada nodo añadido a la red aumenta considerablemente la utilidad de (y para) todos los otros nodos, tal como señalara Robert Metcalfe en 1976 al exponer la conocida “ley” que lleva su nombre. En concreto, la ley de Metcalfe dice que el valor de una red de comunicaciones aumenta proporcionalmente al cuadrado del número de usuarios del sistema.