Durante el fin de semana que ha concluido, unas cuatrocientas personas –provenientes de más de veinte países– se dieron cita en la Primera Conferencia Latinoamericana de Bitcoin. La planta baja del Hotel Meliá Buenos Aires fue copada todo el sábado y todo el domingo, de la mañana hasta la noche, por una multitud infatigable de bitcoiners.
Nunca antes había visto yo tal concentración de mentes brillantes en un mismo espacio –y cuando digo “mentes brillantes” me refiero tanto a sus conocimientos y destrezas como a su apertura y a su avidez por aprender y enriquecerse compartiendo experiencias–.
Todos los disertantes hablaron ante un auditorio repleto de bitcoiners hechizados, que festejaban los aciertos con aplausos dignos de un concierto de Los Tres Tenores. Para mantenerse fieles al programa, los organizadores del evento se vieron obligados, una y otra vez, a interrumpir las sesiones de preguntas y respuestas; no habría alcanzado toda la semana para contestar todas las preguntas. “Esto va en serio; esto es imparable”, pensé, al notar que incluso los máximos expertos se permitían hablar de “cambiar el mundo” sin sonrojarse.
Afuera del auditorio, la atmósfera de camaradería invadía todos los rincones. Allí descubrí que no es el poder computacional de la red lo que hace indestructible a Bitcoin, sino la comunidad que se ha gestado a su alrededor. Los bitcoiners están hartos del sistema de “apartheid monetario y financiero” (como lo denomina Tuur Demeester), pero no se regodean en la desesperación –o en la evocación de un pasado mítico–, pues están demasiado ocupados construyendo una alternativa. Si hay algo que define a este variopinto grupo de gente, además de una serie de valores e intereses comunes, es el optimismo y el espíritu emprendedor.
LaBitconf me ha quitado el temor a decirlo en voz alta, y lo diré una vez más: “¡Estamos haciendo historia!”. Si quieres que algún día tus nietos se enorgullezcan de ti, únetenos ahora, porque muy pronto Bitcoin empezará a propagarse con la fuerza de lo inevitable.