Una moneda electrónica P2P no alcanza por sí misma para cambiar el mundo, pero cualquier movimiento que apunte a sortear la decadencia terminal de nuestra civilización será inútil en ausencia de una moneda electrónica P2P. Mientras la emisión de dinero continúe siendo un monopolio estatal, ningún cambio institucional, cultural o ideológico será genuino y sostenible, por la misma razón que nunca lo ha sido: el poder coactivo todo lo corrompe, y el dinero monopólico aumenta y afianza el poder coactivo.
Ampliar el círculo de la cooperación voluntaria poniendo límites formales al poder coactivo ha demostrado ser, en todo momento y lugar, una misión imposible. Hemos intentado todo, y lo mejor que hemos logrado ha sido frenar transitoriamente su crecimiento, solo para verlo adaptarse ipso facto a una nueva estrategia defensiva y volverse aun más maligno e insidioso. Todo… pensó Satoshi Nakamoto… salvo quitarle al Leviatán el control de la emisión de moneda –no por ley sino por medio de la competencia–.
El monopolio sobre la moneda es el Anillo Único sin el cual el Estado no sería más peligroso que una secta diabólica liderada por un gurú mendicante, ávido de sangre pero incapaz de extender su influencia más allá de un pequeño círculo íntimo. Al tomar el anillo y arrojarlo a las entrañas del volcán, Satoshi Nakamoto expuso la verdadera naturaleza del monstruo legendario y triunfó allí donde habían fracasado todos los apóstoles de la soberanía individual.
Satoshi venció al dragón; mató a la hidra de las mil cabezas; alcanzó con su flecha el talón de Aquiles; cortó con su espada el nudo gordiano… Somos los afortunados contemporáneos del héroe mitológico por antonomasia, y todavía nos queda el usufructo de su incalculable herencia. En un mundo bitcoinizado, no serán los más inescrupulosos adictos al poder coactivo quienes moldeen las futuras costumbres, ideas e instituciones, sino quienes hayan ganado legítimamente la autoridad que poseen.
Mientras tanto –mientras el monstruo dé la impresión de estar vivo, aunque solo esté rodando cuesta abajo–, las autoridades ilegítimas seguirán haciendo lo que siempre han hecho: inflar la masa monetaria para consolidar su poder. Tarde o temprano, sin embargo, buscarán refugio en la buena moneda de las catastróficas consecuencias de sus propios actos. Para entonces, el Anillo Único habrá desaparecido en el magma volcánico, y con él todas las ilusiones que ocultaban la infamia cotidiana –habrá llegado a su fin la dinámica fatal de la mala moneda–.