A esta altura, el colapso del sistema financiero tal como lo conocemos es algo tan inevitable como la resaca después de una borrachera. No hace falta un postgrado en economía para entender que nadie puede vivir indefinidamente por encima de sus ingresos. Esto, que es válido para cualquier individuo, también lo es para familias, clubes, ciudades, países y continentes.
Lamentablemente, muy pocos están tomando las medidas necesarias para protegerse de la gran depresión que se avecina. Los adoctrinados, los apáticos y los interesados en mantener el statu quo integran la inmensa mayoría de la población. Los demás están demasiado ocupados intentando sobrevivir a la expansión del aparato estatal. ¿Qué hacer, entonces, al respecto?
Nuestra posición es semejante a la de un científico que pretende evacuar a una población de la zona en la que impactará un asteroide. Él ha determinado en qué momento y en qué sitio caerá la enorme roca, pero los líderes de la aldea que está a punto de ser borrada del mapa le explican amablemente que no hay nada que temer, «puesto que los cuerpos celestes no son más que antorchas utilizadas por los dioses para orientarse en la oscuridad.»
El tiempo se acaba; el asteroide se acerca… ¿discutimos con los que sostienen teorías erróneas… o salvamos a los que aún pueden ser salvados?; ¿desafiamos el statu quo… o nos dedicamos a ayudar a quienes han decidido escapar a tiempo?; ¿nos preocupamos por lo que dice de nosotros una mayoría ignorante… o por lo que dirán de nosotros las futuras generaciones?
Enfrentémoslo: el conocimiento implica una responsabilidad que no es posible eludir (no hacer nada también tendrá consecuencias). Así lo entendió Erik Voorhees; por eso decidió abandonar todos sus otros quehaceres para dedicarse por completo a los emprendimientos relacionados con Bitcoin. He aquí su justificación:
Esta nueva tecnología tiene el potencial – más que todas las obras filantrópicas existentes – de corregir la esencia misma de los problemas más graves que enfrenta la humanidad.
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