Si uno pretende ser tomado en serio, no puede negar a estas alturas que el monopolio de la emisión de moneda tiene resultados predecibles. Andando el tiempo, sin importar quién tenga o haya tenido o vaya a tener el poder, la historia siempre termina igual: con el ascenso de una clase privilegiada, protegida con celo de cualquier posible pérdida económica mediante rescates garantizados a expensas del erario público, independientemente de su grado de imprudencia e incompetencia.
La población productiva, mientras tanto, paga las cuentas a punta de pistola para que la fiesta pueda continuar. Con “población productiva”, vale aclarar, no solo me refiero a los actuales perjudicados netos del sistema, que día sí y día también se ven forzados a aportar valor a cambio de mala moneda, sino también a la población potencialmente productiva, esto es: a todos aquellos que algún día pasarán a formar parte del ganado humano, y que ya están endeudados hasta el cuello incluso antes de haber nacido.
Jamás en la historia se ha registrado el caso de una entidad estatal o paraestatal capaz de emitir moneda discrecionalmente, hacerla circular por la fuerza, y endeudarse en nombre de otros, que no abusara de dichas facultades para distribuir entre sus integrantes y aliados las ganancias –y socializar las pérdidas– resultantes de tan favorable posición. ¿De veras crees que esta vez será diferente?
Lo que estamos viendo es la continuación y profundización de una serie de medidas que, con el manifiesto propósito de “defender el valor de la moneda y acabar con las crisis financieras“ (aunque parezca una broma, tal era y sigue siendo la misión explícita de la Fed), culminaron en la eliminación del patrón oro y en la completa desconexión entre el dinero y la realidad material.
No por casualidad la moderna era de los bancos centrales es también la era de la multiplicación de las crisis financieras y los casos de hiperinflación. Al final de este ciclo, los dólares emitidos para cubrir el creciente déficit público también serán universalmente repudiados, como fueron repudiadas alguna vez todas y cada una de las monedas fiat dominantes.
¿Que no sucederá en los próximos años? Puede ser, pero recuerda que eso mismo creían los romanos a principios del siglo III, y los chinos a mediados del siglo XIV, por mencionar solo dos ejemplos de hiperinflación a escala imperial, provocada por métodos esencialmente idénticos a los empleados actualmente.
Mientras la moneda siga permaneciendo bajo control monopólico, seguiremos asistiendo indefensos a la destrucción cíclica de la economía, es decir, a la destrucción masiva de riqueza, de libertades y de vidas humanas en el fuego inclemente de la planificación centralizada. Para peor, entre las ruinas humeantes de la economía volverán a alzarse voces que imputan a la libertad –única salida justa y verdadera de este círculo vicioso– los resultados de la falta de libertad; y luego, naturalmente, clamores que exigen medidas coactivas.
De ahí la importancia de contar con una moneda no solo neutral e independiente del Estado, sino también inmune a sus intervenciones. De ahí la importancia de contar con Bitcoin. Cualquier otro proyecto palidece frente a la trascendencia del proyecto de Satoshi Nakamoto, porque el fracaso de este implica el fracaso de todos los demás.