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Aclaración: el título de esta entrada hace referencia a la frase del estratega de la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992, James Carville, luego popularizada como «¡Es la economía, estúpido!«.
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El error nuclear del socialismo (nuclear por su ubicación en el orden de los errores, pero también por sus catastróficas consecuencias) consiste en ubicar la inteligencia en el centro de la organización social, como si fuera posible reemplazar con las ocurrencias de un grupo de “especialistas” en planificar las vidas de otros el juicio de millones de seres humanos que toman decisiones e interactúan libremente. Con ello se corresponde la necesidad de renovar todo el sistema una y otra vez –los “inteligentes” siempre tienen ideas nuevas que el mundo aún no sabe apreciar–, y de educar y reeducar a los no iluminados para que aprendan a adaptarse a los rígidos dictados del politburó.
Como el lector atento seguramente ya sospecha, lo descrito en el párrafo anterior no es tanto una expresión de inteligencia como de autoritarismo, actitud esta que puede o no asociarse a un elevado coeficiente intelectual. Inteligente o no, solo un delirante puede sentirse cómodo exigiendo confianza ciega en su infinita sapiencia, y luego erigirla en principio en torno al cual debe organizarse una sociedad. Que el común de la gente no sienta una repulsión visceral por esta clase de sinsentido prueba la poderosa eficacia de las ilusiones que los magos del poder llevan milenios explotando.
La inteligencia no es una propiedad emergente de un grupo de iluminados, sino una facultad de cada individuo. La noción misma de que la sociedad puede ser de alguna manera dirigida por un comité de expertos es algo que en los siglos venideros será estudiado con la misma perplejidad que hoy nosotros estudiamos las creencias religiosas de ciertas tribus aisladas. ¿Cómo es posible –se preguntarán los investigadores en el futuro– conocer los frutos del arbol del progreso y, en lugar de promover su cultivo, dedicarse a envenenar sus raíces?
Las atrocidades de los regímenes socialistas no son independientes de su ideario; son, de hecho, un resultado lógico e inevitable de lo que los teóricos del socialismo han propugnado: la destrucción de la propiedad privada. El socialismo –en cualquiera de sus variantes– no es tan solo un error; el socialismo es el marco en el cual se inscriben todos los errores que pueden cometerse a la hora de intentar influir en un orden social extenso.
¿Pero por qué hablamos de socialismo en un texto acerca del efecto de red? Porque para entender la red es necesario entender el modelo al que esta se opone: la pirámide.