“¡Qué feos son los gobernantes!
¡Qué feos son los gobernantes, cuando se ven al natural!”
Javier Krahe – Músico y hombre libre.
Hola, queridos papá y mamá. Sé que no esperabais esta carta, después de que no os haya vuelto a hablar desde que me marché lejos de vuestro lado: sí, soy vuestra hija mayor… la primera.
A pesar de haberme mantenido lo más ajena posible a vuestras vidas, no puedo menos que mantener contacto con mis hermanos y hermanas, y con la situación que entre ambos les estáis haciendo vivir no me ha quedado más remedio que implicarme más allá de lo que me gustaría.
He tenido ocasión de leer las dos cartas que –cada uno por su lado– Alexis y Ángela le han escrito a sus hijos. Ya sabéis que nunca os llamé papá y mamá pero, aunque lo hubiera hecho en el pasado, tengo motivos de sobra para reservar esos términos para quienes los merecen, y no sois dos entes a los que yo calificaría así.
Empecemos siguiendo el orden de los últimos acontecimientos. Empezaré contigo, Alexis, que fuiste el primero que escribió una carta a su prole. ¡Menuda carta! ¿No sientes vergüenza de ti mismo? Lo primero, por tener la falta de decencia de usar a tus hijos en la disputa con su madre. Lo segundo y no menos grave, por hacerlo de esa forma. ¿Obligarles a tomar una decisión legal que pudieras utilizar en los juzgados? Por si te pareciera que era justo, o lo que el momento requería, es curioso que las prisas te entrasen de golpe: pocos días tras tu idea tuvieron que ir a expresar su opinión, sin que pudieran sopesar –por circunstancias y carencias– las implicaciones futuras que tendría su opción.
Como si todo eso fuera poco, te pasaste toda la semana –la que les diste para decidir– comiéndoles la oreja. Estabas en todos los lados, chico. Si hubieras sido un político, habrías estado en todas las cadenas, radios y portadas, con ese aire de honesto que te gastas cuando quieres engañar a alguien. No te quitaste un segundo de encima de tus hijos, prometiéndoles todo lo que querían escuchar con tal de que llegasen hasta el patíbulo de su decisión sin poder pensar demasiado. Te presentaste ante ellos como el salvador que moriría antes que traicionarles, capaz de pasar miseria y hambre con tal de defenderles de su madre. Curiosa historia la que les contaste. ¿Lo de que sus ahorros estaban asegurados por ti? ¿Era el colofón de la broma? Sabía que lo harías, que tan pronto tuvieras una excusa, su dinero –el poco que les quedaba– sería lo primero que ibas a coger. Porque tanto tú como yo, Alexis, sabemos que nadie, ni tus hijos, son más importantes que tú en tu nostálgico mundo. Y que lo primero que necesita un tipo como tú es alguien a quien explotar: que sean de tu sangre sólo lo hace más sencillo porque desconfían menos. Pero eso no es nuevo en ti, porque lo de abusar de quien más a mano tenías es algo que hiciste desde que tengo uso de razón. No tienes reparo alguno en robar a tus hijos, hasta donde aguanten o más allá si es posible.
Al final, te has salido con la tuya y tienes la custodia legal. Seguramente estás contento. Será pasajero, porque ese vínculo legal tiene exigencias en ambas direcciones, y tú nunca has sido de cumplir los compromisos. Ni de decir la verdad. Si tu ex te creía, cuando le contabas que esas marcas que tenías eran de cargar camiones, es porque no le importabas demasiado cuando tenía un “nuevo amiguito”. Pero para nosotros, que escuchábamos la charla a hurtadillas, estaba claro por el simple tono de la voz quién estaba mintiendo cada vez. Seguramente, Alexis, confundiste el desinterés de tu ex por una vida plena a tu lado, con una innnata capacidad para manipular y mentir con éxito a cualquiera. No es que se la colases, es que ella te la estaba colando con tres a la vez. Aunque creo que eso ya lo sabes, ¿no?
Llega tu turno, Ángela.
Ahora tú y tu carta. Es cierto que guardas mejor las formas que tu ex-marido, el taxista venido a más. No era para esperar menos; por algo tu grabas películas de alto presupuesto y él, pues ya sabes, no ha hecho otra cosa hasta ahora que vivir de ti, desde la primera noche que le tomó la medida a tu anillo (no al del dedo). De ti, con sus mentiras, con sus cuentas de resultados llenas de esperanza y buena voluntad pero vacías de resultados. De que te gusta, Ángela, sentirte algo idolatrada. ¿Costumbre? ¿Orgullo de triunfadora? Te recuerdo, Ángela, que tu vida también tiene momentos muy oscuros, de esos que ahora prefieres no recordar y que pagas por evitar en los medios. E incluso alguno en el que la familia de Alexis tuvo que echarte una mano, en el pasado, con cierto asunto de una deuda –tal vez ni económica– y que se vendió a los ojos de la gente como un “todos tenemos que ayudar sin hacer preguntas”, para correr después un tupido velo sobre el asunto a modo de protección “para todos” cuando la realidad es que se protegía tu “fama”. Todos hemos necesitado ayuda alguna vez, ¿o eso no eres capaz de recordarlo, Ángela?
Aún así, como te digo, es normal que tus modos destilen más estilo que los de tu ex, aunque sólo sea porque ese es tu contexto habitual. Por lo que sé, tu ex tiene nuevos abogados y ya no está con el “calvo con moto y bufanda” que tan mal te caía, aunque para serte sincera no debe haberse ido muy lejos, porque a su colonia es a lo que huelen casi todos en ese bufete. A veces pienso que monta a los pobres empleados y se frota contra ellos, o les muerde la nuca como un perro en cópula. La verdad que no me extrañaría ya nada de vuestro mundo de máscaras. Pero como te decía ha cogido a otros del mismo bufete para llevar el asunto contigo y, aunque él no lo acepte ante sus amigos, en realidad es porque le asusta más no tener contacto contigo que tener uno malo. Así que puedes sentirte halagada, porque en cierta manera ha sido su particular “cabeza del Bautista” a modo de que no tengas un motivo –más– para seguir machacándole. Durante esta semana, le dijo a toda la prole que en horas, como mucho un día más (siempre uno más) tendría un acuerdo con el juez y contigo que les permitiría a todos seguir viviendo felices. Yo tenía claro que, como mala perra que eres, no ibas a perder la oportunidad de castigarle y que tus abogados, encabezados en lo intelectual por el tío Mario y los de su empresa, sólo iban a jugar con él: que en realidad no tendrías la menor intención de llegar a un acuerdo sencillo, sino que ibas a disfrutar arrastrándole por el fango.
No te culpo; lo de llevar el asunto a estos extremos y de esta forma ha sido excesivo. Pero sí quiero hacerte notar que si lo que él hizo fue sucio y egoísta, lo que tú estás haciendo va por el mismo camino pero, en tu caso, sin poder argumentar “desesperación absoluta” como eximente ante la magnitud de los pasos dados. Tenlo en cuenta aunque sea por egoísmo: excederse en el castigo hace que “el justo” pase a ser contemplado como “el tirano”. Y tú siempre has valorado –en una perspectiva más global– lo que implica tener una correcta imagen pública. ¿Verdad Ángela? Sabes bien que eso se traduce en mejores contratos, mayor presencia en los medios y una carrera más larga. Lo que a la larga, para ti, se traduce en poder tener acceso a más y más hombres que te deban la vida o –al menos– la cartera. No te juzgo por ello, cada cual tiene sus vicios y perversiones: debías tenerlo claro cuando veías a tu ex salir desnudo de la habitación de tu hija, y entrabas a borrar –con unos pañuelos humedos– las huellas que él había dejado. ¿Para qué actuar al saber lo que él estaba haciendo? Eso hubiera tocado seriamente “tu imagen pública” y –como me dijiste más de una vez– era mejor que callase “esas cosas de papá”, mientras reforzabas mi silencio con dinero, para que me lo fuera a gastar y cambiase de tema. Yo lo hacía, pero era sólo una niña que creía –como elementos protectores– en vosotros: sus padre y su madre.
Lo cierto es que creo que es de justicia que sepas unas cuantas cosas. Sé que dijiste a los niños que tendrían que cambiar de escuela a una más asequible y echar una mano en casa más a menudo, porque sabías lo que iba a pasar tras la cita con el juez. Y te aseguro que entiendo que hayas cerrado el grifo del dinero en seco, para que tu ex no siga haciendo uso de tus recursos contra ti, pero no entiendo que lo hagas “a cualquier precio”.
¿Eres de las que matarías a tus hijos para castigar a tu ex-pareja?
¿Y de las que les arrojaría a la prostitución o el tráfico de drogas –forzosos– para sobrevivir?
Sí, ya sé que soy yo la que te lo dice.
Tu hija Helena, a la que llamabas puta –precisamente tú, querida– por elegir con quién quería acostarse y pactar libremente los términos con la otra persona. Tu hija Helena, a la que llamabas yonki cuando encontrabas papel de fumar porros en su mochila. Aunque a veces no se te entendían los insultos bien, porque los combinados de ginebra con clonazepam –tomados desde el desayuno– es lo que le hacen al habla. Una imagen algo chistosa, aunque tardé unos años en ver la gracia del asunto.
Me fui sin despedir de vosotros dos.
No me arrepiento de ello. Fue una elección acertada.
Y a lo mejor, mi sentido de la despedida no os hubiera gustado nada.
Una vez que me acostumbré a no esperar nada de nadie, todo mejoró rápido.
Esperar que viniera Alexis contento del bar y ese día tuviera la idea de llevarnos al supermercado a comprar, en lugar de entrar a violarme, era una lotería enfermiza. Confiar en que, cuando por fin apareciera Ángela de vuelta de un rodaje, iba a tener una madre con quien jugar, hablar e intimar, era desayunar ilusión para tener una indigestión de decepción, cada día.
Ambos dos, al fin y al cabo, representáis lo mismo: modelos caducos para enfrentar la vida y la realidad, apostando por la negación como camino. ¡Ya resolverán el asunto las generaciones futuras! La única forma de salvarse es romper todo contacto con vosotros, haciendo una apuesta clara y rotunda por la liberación.
Una apuesta radical por la libertad, entendida como la ausencia de coacción como mecanismo operante entre seres humanos. Una apuesta que exige, en quien la acepta con plena consciencia, un exquisito control –progresivo y adquirible– sobre los propios impulsos: a falta de un estado vigilante, elegimos comportarnos con atención al prójimo sin que nadie tenga que esgrimir amenaza alguna sobre nosotros.
Espero que esta situación insostenible acabe por forzar a mis hermanos a ponerse en movimiento, por ellos mismos, sin segur esperando que uno de vosotros dos vayáis a ser de ayuda: sois dos ladrones peleándoos por ver quien llega primero a desplumar a sus víctimas.
Sé que cuesta dejar de sentir un “cierto cariño” por tu violador hogareño, o por su cómplice femenino en la casa, pero es pasajero. Una especie de síndrome de Estocolmo, que te hace creer que es mejor quedarte con el maltratador que huir. Un síntoma más del abuso: miedo hecho malas decisiones.
Lo difícil será que, cuando mis hermanos sean conscientes de esto, no tengáis una legión de “vuestro propio ADN combinado” buscándoos para mataros. Por mi parte, yo os perdoné hace mucho tiempo. Tanto como hace que os olvidé y os saqué de mi vida.
Ahora, os toca averiguar si el juicio del resto de vuestra descendencia, Alexis y Ángela, será tan benevolente.
Hoy lo dudo.
Vuestra hija biológica, Helena.