Hablemos del futuro. El Estado está tan muerto entre las sociedades avanzadas como hoy las religiones. Las organizaciones de resolución de disputas (ORD – un concepto acuñado por el filósofo Stefan Molyneux) surgen de manera orgánica y respondiendo a las necesidades de las diferentes regiones del planeta. Su objetivo es el de realizar las funciones administrativas, de seguros y de justicia en un mundo que entiende que los conflictos se resuelven mediante el uso de la razón, no de las pistolas, y los defraudadores sufren el ostracismo de la mayoría.
Pero borremos a Bitcoin del mapa. Supongamos que esta tecnología no contribuyó al desarrollo moral de la gente porque, si bien les evidencia la podredumbre y realidad del Estado, no fue suficiente para que se dieran cuenta de las tonterías conceptuales que los esclavizaban en el pasado. Supongamos que este es un desarrollo puramente racional, filosófico y sin Bitcoin – tal vez porque, simplemente, no tuvimos la suerte de que apareciera un Satoshi Nakamoto. Sería entonces concebible que la emisión de moneda (también electrónica, probablemente) fuese otra de las funciones de las ORD, pues los controles inherentes a una sociedad voluntarista son también suficientes para garantizar la sanidad monetaria – si no simplemente la existencia de varias monedas que compiten entre sí.
¿Tendría sentido para esta gente del futuro inventar Bitcoin? ¿Dónde estaría el incentivo? Mucho debate ha habido acerca del valor intrínseco o no de los bitcoins; y para mí el problema viene resuelto por la construcción descentralizada del sistema; pero, más fundamentalmente: los bitcoins tienen valor ahora mismo porque la descentralización tiene valor.
Ahora bien, la descentralización sólo tiene valor en la actualidad porque la centralización es dominio estatal. La centralización inmediatamente llama la atención del Estado, o bien está viciada por él, y es por eso que necesitamos a Internet – y las piruetas matemáticas de la criptografía – para burlar sus controles y añadir un valor imposible de obtener hasta ahora. En consecuencia, cabe decir que en esta sociedad libre del futuro – sin gobiernos – no existiría un gran incentivo para desarrollar tal cosa.
Para empezar, la confirmación de transacciones llevaría menos recursos, pues la confianza de cada nodo estaría garantizada por certificados físicos o de cableado. No existiría necesidad de estar iterando funciones de hasheo, calentando microprocesadores, ni de incentivar mineros… La descentralización de Internet sería función de la adherencia de los nodos a las normas de las organizaciones de resolución de disputas. Internet mismo, como los juegos electrónicos, dejaría de ser una jungla donde poder escapar a la hipocresía moral del Estado y los mayores, para pasar a ser una plaza de mercado más. Y los mercados funcionan mejor porque están centralizados.
Así, Bitcoin no tiene realmente valor en términos absolutos más que como medio de cambio. Los bitcoins son simples números, como el dinero fiduciario electrónico hoy en día, y es así como un marco económico objetivo lo entiende.
El problema no está en la centralización; la centralización es buena y, lógicamente, más eficiente. El problema está en la centralización en torno a ideales falsos y su imposición, necesariamente, violenta. Bitcoin gusta porque existe como respuesta a la iniciación del uso de la fuerza en la sociedad, su inmoralidad y su manifestación monetaria; es como el chismorreo de los estudiantes que, esquivo e informe, registra la verdad acerca de sus profesores. Pero este chismorreo requiere demasiadas conversaciones riesgosas y un costoso mantenimiento de la clandestinidad. La criptomoneda desarrollará su función, y ayudará a nuestra liberación, pero la liberación real no vendrá por el desarrollo monetario, sino moral. Una vez alcanzado ese punto, tal vez nos sobren recursos para seguir usando bitcoins, o tal vez quede en la vitrina como reliquia de liberación de nuestro pasado brutal.
Imagen por Happy-Fingers