Fuente: Trilema
Bitcoin está matando al «Estado benefactor». He estado diciendo esto durante algún tiempo y es algo bastante obvio. Sin la capacidad de inflar la moneda y sin la capacidad de imponer gravámenes (ambas eliminadas por Bitcoin), el Estado se vuelve incapaz de financiar los programas que mantienen a las masas votando a los populistas. No habrá más cupones de alimentos, no habrá más ayuda federal para los universitarios, no habrá más financiamiento para el ejército y no habrá más puestos de trabajo estatales. No estamos hablando de recortes forzosos del gasto en torno, digamos, al 0,1%. Estamos hablando de que el presidente deberá cocinar su propia comida o bien contratar a su propio cocinero, porque no habrá dinero en las arcas públicas para pagar por ello. Todo eso va a desaparecer. Todo.
Esto hace que todos los que actualmente obtienen su cheque mensual del Estado (como el periodista, su esposa la trabajadora social, o su amante la del master en «cuestiones de la mujer», o su madre la pensionista, o su hermano el agente del IRS, o su primo el policía) estén muy interesados en pintar a Bitcoin como algo malo. Tendremos que seguir escuchando cómo Bitcoin es «malo para la democracia», y «racista», y todo lo demás.
El asunto es que Bitcoin no se mezcla con el gobierno mastodóntico. En los comienzos de los EE.UU., la compra de un juego de porcelana para la Casa Blanca era considerada un gasto escandaloso. Esos días están regresando.
Esto no es algo debatible, o algo que puede ser modificado o «mejorado» o alterado de alguna manera. Al igual que Internet ha cambiado –guste o no– el comportamiento sexual de la gente, Bitcoin está cambiando –guste o no– el comportamiento político.
Eternos debates serán celebrados, obviamente, en las más altas esferas, y grandes victorias imaginarias serán ganadas en el campo virtual de las «cuestiones relacionadas con Bitcoin», tal como sucede hoy en los campos igualmente virtuales de lo que sea que las «ciencias» sociales estén haciendo. A nadie le importa. No hace ni la más mínima diferencia. ¿Una mujer piensa que fue de alguna manera violada por Bitcoin y escribe un ensayo de cincuenta páginas sobre esto, en lugar de uno sobre los osos polares o los pobres africanos? Estupendo. No vale la pena leerlo, no vale la pena discutirlo, no vale la pena mencionarlo. Bitcoin muy pronto lo hará de todos modos, y ella aprenderá a amarlo. O tal vez no. De cualquier manera, Bitcoin lo hará otra vez. Y otra vez, y otra vez. Y para siempre.
Figurarse el problema en términos de «dañino para tal o cual grupo de interés especial», o en términos de «malo para la democracia», o en términos de todo lo demás carece por igual de interés. Bitcoin está acabando con el Estado benefactor y todo lo que este respalda. Prácticamente no quedará nada, y no hay nada que pueda hacer nadie al respecto.
Bitcoin no es persuasivo; no es una construcción del lenguaje. Bitcoin es una construcción de las matemáticas, y como tal no requiere discursos para imponerse.