Algunos criptógrafos de la línea más dura opinan que Bitcoin en realidad no preserva totalmente el anonimato de los usuarios, y que éste es un evidente punto débil del sistema. Lo cierto es que usando Bitcoin uno puede mantener el nivel de anonimato que desea, pero la inmensa mayoría de los usuarios no necesitan mantenerse 100% anónimos todo el tiempo y frente a todo el mundo; les basta con poder elegir ante quién revelar su identidad, y en relación a qué direcciones Bitcoin.
Pero – insisten los criptógrafos hardcore – la identidad de un usuario de Bitcoin podría llegar a asociarse a una determinada dirección Bitcoin, si se descubre la dirección IP desde la cual el usuario ha operado. A lo cual nosotros respondemos: una dirección IP no tiene por qué llevar nuestro nombre, y aún si lo llevara consigo, eso no sería suficiente para involucrarnos en una determinada transacción: otro podría estar usando la dirección que se ha generado desde nuestra computadora; otro podría haber usado las llaves privadas que alguna vez estuvieron en nuestro poder; otro podría haber utilizado nuestra computadora de manera presencial o remota…
Claro – dicen a coro los criptógrafos, mientras se acomodan los anteojos –, pero con suficiente interés, dedicación y recursos, podríamos llegar a presumir, con un alto grado de certeza, que tal persona fue parte de tal transacción. Concedido, pero aún la certeza más absoluta respecto a la identidad de un usuario no alcanzará para congelar los fondos ligados a una dirección Bitcoin – ¡ni siquiera para saber si el individuo que fue identificado tiene acceso a esos fondos!
Bitcoin está diseñado para que el dueño de una determinada cantidad de bitcoins sea el único autorizado a disponer de esos bitcoins. Ahora bien, que hayamos poseído una determinada cantidad de bitcoins no significa que sigamos necesariamente en posesión de los mismos: podríamos haber perdido nuestra billetera (nuestra llave privada), o bien olvidado la contraseña para acceder a esos bitcoins, o bien esos bitcoins podrían haber llegado a nuestra dirección sin nuestro conocimiento, o bien podríamos haberlos transferido a alguien cuya identidad no conocemos.
Como la identidad de los usuarios de Bitcoin no se encuentra irremediablemente ligada a cuenta o transacción alguna, todo esfuerzo por averiguarla chocará, tarde o temprano, con una negativa plausible. Esta posibilidad, especialmente apreciada por las víctimas de regímenes opresivos, no la ofrece ninguna otra forma de dinero electrónico.
En conclusión: tras invertir grandes cantidades de recursos tecnológicos y humanos, a lo sumo será posible probar que alguien que no desea revelar su identidad tuvo quizás, alguna vez, bitcoins bajo su control, sin saber siquiera cuántas otras direcciones Bitcoin posee (es posible generar una dirección Bitcoin por cada transacción), ni si aún los posee, ni si los ha transferido a otra persona o simplemente a otra de sus direcciones, ni si alguien más – y de qué manera – es capáz de tranferirlos… y sin poder congelar ni confiscar esos fondos, ni decidir a qué fines pueden ser destinados.
Bitcoin impide los abusos de poder que son perpetrados de una manera extraordinariamente sencilla y económica por medio del sistema bancario semi-estatal. Y nada puede hacerse para eliminar a Bitcoin, ya que su funcionamiento depende de la propia infraestructura de telecomunicaciones que hace posible Internet. Por eso, desde el punto de vista de una institución con el poder esclavizarnos a través del sistema monetario, Bitcoin es como un virus informático que no puede ser eliminado sin destruir todo el sistema.