Los bitcoiners están divididos en cuanto al significado y las posibles consecuencias del reconocimiento oficial de Bitcoin.
Por un lado, hay quienes insisten en que, para ser ampliamente aceptado, Bitcoin debe presentarse como una simple alternativa a PayPal. Según ellos, «legitimidad» es sinónimo de bendición gubernamental, por eso instan a todo negocio relacionado con Bitcoin a registrarse ante funcionarios que ni siquiera han oído hablar de Bitcoin; a cumplir con regulaciones elaboradas específicamente para obstaculizar la innovación; a invertir en abogados y contadores incluso antes de saber si el negocio es rentable; a demostrar su inocencia (antes de haber siquiera actuado) frente a una autoridad arbitraria, corrupta, violenta e ignorante.
(Lo cierto es que ningún emprendimiento verdaderamente innovador alcanza el éxito en Internet mediante una licencia gubernamental – es decir mediante un permiso otorgado por una organización cuyo negocio es el de entorpecer el libre intercambio).
Otros, en cambio, saben perfectamente que – tarde o temprano – los privilegiados por el actual sistema monetario verán a Bitcoin como una amenaza para sus intereses, y que harán todo lo posible para demonizarlo (luego de corroborar que no pueden eliminarlo). Estos otros bitcoiners han comprendido que la gente se acerca a Bitcoin precisamente buscando un refugio, una alternativa al dinero de curso forzoso, y que es inútil disimular la naturaleza de Bitcoin con el fin de apaciguar al Estado.
De todas maneras, que Bitcoin aún no haya sido reconocido oficialmente como dinero no se debe al temor de los gobiernos, ni a la falta de jurisprudencia al respecto. Se debe a que los beneficiarios del sistema monetario vigente habitan una burbuja inflada por intelectuales que han prostituído su intelecto. Y como dentro de esa burbuja se respira mitología, no tienen ni la más remota idea de lo que Bitcoin significa para ellos. Están demasiado cómodos como para preguntarse cuál es el origen de su comodidad.
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