Algunos autores sitúan a la irrupción de Internet en los albores de una nueva era, como un paso evolutivo comparable a la adquisición del lenguaje. En efecto, tanto el lenguaje como Internet son sistemas abiertos, descentralizados, organizados de manera espontánea y refractarios al uso de la fuerza. Y es precisamente la naturaleza ingobernable de ambos la razón de su dinamismo, de su resistencia y de su enorme poder transformador.
Basta comparar la situación de los primeros hombres en dominar el lenguaje con la de sus coetáneos, obligados a transmitir emociones e ideas muy simples por medio de gestos y sonidos guturales – más que de un paso hay que hablar de un salto evolutivo entre la comunicación rudimentaria y el nivel de abstracción que habilitó, por primera vez, el libre intercambio de ideas y productos. Recién entonces la inteligencia logró alzarse ante la brutalidad, oponiendo el comercio con el extranjero a la hostilidad y el saqueo; oponiendo, en definitiva, las relaciones voluntarias al uso de la fuerza.
También Internet ha llevado la comunicación a otro nivel. Empero, así como la ausencia de una lengua franca limita seriamente las posibilidades del lenguaje humano, la ausencia de una moneda digital descentralizada y de uso voluntario mantiene a Internet bajo el asedio de barreras políticas – todas completamente absurdas y corruptas – que introducen fricción en los intercambios, cuando no los impiden.
No es exagerado decir que Internet estaba esperando a Bitcoin para empezar a desplegar todo su potencial.
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