Por Herbert García Nalón
Quizás lo que más nos caracterice como humanos sea nuestra capacidad de actuar de manera premeditada y planificada con el objetivo de mejorar nuestra situación presente. Esta propiedad tan peculiar nos lleva a enfrentarnos activamente con la incertidumbre que el futuro depara. Sabemos que nuestras acciones presentes pueden condicionar los acontecimientos futuros, aunque no los determinen, y que debemos atender a lo ya sucedido si queremos extraer conclusiones válidas sobre lo que más probablemente sucederá. Sobre esta base tomamos las decisiones que consideramos más apropiadas para nuestros intereses particulares.
Pero hay situaciones en las que los acontecimientos pasados conducen casi inexorablemente hacia estados futuros netamente perjudiciales para nuestros intereses concretos, hagamos lo que hagamos para intentar evitarlo. Eso es algo que sucede constantemente en los mercados de los productos tecnológicos, donde es relativamente fácil pronosticar la práctica desaparición de una tecnología presente en favor de otra nueva, cuando observamos que la nueva hace lo mismo de mejor manera, o de forma económicamente más ventajosa para el usuario final.
En esos casos, quienes se lucraban de su posición en el viejo paradigma tecnológico se verán irremediablemente desplazados y perjudicados por la progresiva adopción de la nueva tecnología, al tiempo que el resto de la sociedad resulta beneficiada. En conjunto todos salimos ganando, pero la destrucción creadora exige que las prácticas menos eficientes sean abandonadas. La presión económica sobre aquellas personas que se aferran al viejo paradigma va en aumento, hasta que no les queda más opción que abandonar su nicho y adaptarse lo antes posible al nuevo entorno.
Un claro ejemplo de lo dicho es el panorama que ofrece la irrupción de la tecnología aplicada a la moneda. Los Estados modernos van a ir perdiendo su control sobre el bien de cambio, ya que ha surgido una nueva clase de activos que pueden llegar a sustituir con ventaja el dinero que ellos ponen en circulación mediante sus leyes de curso forzoso. Esos nuevos activos son las criptomonedas. Les guste o no, se van a ver forzados a adaptarse a ellas, porque no van a poder impedir que el mercado las adopte. Van a tener que moverse entre dos elecciones distintas y cualquiera de sus intermedias, todas ellas conducentes inexorablemente al mismo resultado, que es la progresiva adopción de la nueva tecnología. A saber:
Pueden decidir oponerse a su adopción e intentar evitarla por todos los medios disponibles, incluida la fuerza, mientras el mercado va descubriendo progresivamente sus ventajas y extendiendo su uso. O también pueden tratar de adaptar el dinero fiat a la nueva situación, para que los usuarios no encuentren tantas razones para optar por Bitcoin y las demás criptomonedas, y así extender lo más posible la supervivencia de un sistema financiero obsoleto, cuya sentencia ya ha sido dictada.
La primera opción, a la larga, es la más perjudicial para todos. Sería como nadar contra corriente. Supondría un camino más largo y tortuoso, que llevaría a un enfrentamiento feroz con una sociedad difícilmente dispuesta a renunciar a su libertad de usar la mejor moneda disponible. Además, los gobernantes quedarían manchados por el estigma del ludismo tiránico, ya que ir contra el progreso es algo mayoritariamente rechazado por una sociedad que interpreta, acertadamente, que los avances tecnológicos constituyen incrementos en su bienestar.
Por lo tanto elegirán la segunda opción, algo que en realidad ya está sucediendo. Se están viendo seducidos por las ventajas secundarias de las criptomonedas (ejecución de pagos mediante códigos QR y otros asuntos menores), lo que lleva a la aparición de pasarelas y aplicaciones de pago privativas que se usan del mismo modo que una cartera de criptomonedas, pero con dinero fiat. El Estado y sus adláteres optarán por intentar poner la calidad de sus servicios a la altura de la nueva tecnología, pero hacerlo será como pegarse un tiro en el pie. Con ello no harán más que contribuir a que todo el mundo vea lo fácil que es manejar una cartera de criptomonedas, y así entrarán en competencia directa con las monedas descentralizadas.
Pero es ahí donde llevan las de perder. Porque lo que convierte al dinero fiat en mal dinero no es la forma en que se usa para realizar un pago, sino el modo en que el sistema bancario y los bancos centrales manejan a su antojo la masa monetaria en circulación, y las facilidades que el Estado, gracias a la connivencia permanente de los bancos comerciales, tiene para expropiar a voluntad el dinero de los ciudadanos.
Cuando se vean en la tesitura de tener que rescatar nuevamente al sistema bancario de reserva fraccionaria con nuestro dinero, la gente elegirá guardar el buen dinero (criptomonedas descentralizadas) y será cada vez más reacia a aceptar el malo (fiat). Además, (Déjà vu) la expansión monetaria previa producida por la banca de reserva fraccionaria habrá causado una inflación más o menos oculta por el crecimiento económico y los incrementos de las eficiencias empresariales, que habrán mantenido la apariencia de estabilidad en los precios, mientras que el valor real de la moneda mengua más que el también decreciente valor de los bienes de consumo. Al mismo tiempo las criptomonedas de calidad, al ser deflacionarias, se habrán convertido en un vehículo habitual de ahorro, revalorizándose de manera impresionante.
La consecuencia de todo ello será una aceleración de lo que venimos viendo desde que existen el dinero fiat y las leyes de curso forzoso: la devaluación de un dinero que cada vez inspira menos confianza en las personas. Pero ahora la diferencia estribará en que la solución al problema, el tránsito al dinero descentralizado, será tan sencilla como elegir un menú en nuestro smartphone. Puede parecer optimista, pero creo que el fin del dinero estatal ya ha comenzado, para bien de todos. De hecho, comenzó con el nacimiento de Bitcoin.
En el peor de los casos, la competencia directa con los activos descentralizados forzará a los Estados a disciplinar sus políticas monetarias y relajar sus facultades expropiatorias, o el dinero fiat se verá rápidamente desplazado del mercado del ahorro y, a la larga, perderá por completo el favor de los usuarios en los mercados de consumo. Un dinero que sólo sirva para pagar impuestos será adquirido sólo para eso. Es falso que sea el pago de impuestos lo que da valor al dinero. Así que poco podrá valer si llegamos a ese extremo, a no ser que tomen la sensata medida de mantener la oferta monetaria en límites compatibles con el principio de prudencia contable, algo que jamás se han mostrado capaces de hacer hasta hoy.